«La plaza mayor el 25 de Mayo de 1810«, témpera sobre papel de la artista francesa Léonie Matthis. Sobresale el edificio del Cabildo; a continuación, el antiguo Seminario, después, la Policía; la casa de Riglos; la de la familia Mallo, que fue la primera de dos pisos que hubo en la ciudad; y, en fin, la Catedral, sin la fachada que sólo se acabó en 1862. Frente a ella se divisa una carreta con pieles, visiblemente alejada de la vecindad y el Cabildo.
Desde El Estallido daremos respiro al repaso tradicional por les próceres, el duelo morenista-saavedrista, y demás pormenores históricos del Mayo argentino, en el intento de rastrear la composición y el rol de aquél «Pueblo» que, reunido de cara al Cabildo a pesar de la tempestad, exigió a sus representantes saber «de qué se trataba»:
De porqué nos pintaron con corcho (detrás de la iconografía nacionalista del 25 de mayo)
Más allá de las corrientes historiográficas que dirimen su caracterización, y de los planes pedagógicos que mancharon de nacionalismo y racismo los actos escolares desde, al menos, 1880, el 25 de mayo de 1810 evoca el corolario de una gesta avivada por la caída de la Junta de Sevilla, acelerado con la destitución del Virrey Baltasár Hidalgo de Cisneros, y consumado mediante la asunción de la Primera Junta de Gobierno (o Primer Gobierno Patrio), eslabón inicial de un proceso independentista que se concretará seis años después, el 9 de julio de 1816, con la conformación de las Provincias Unidas del Río de La Plata.
De 1880 a nuestros días, aunque lejos de problematizar en clase las razones intelectuales, políticas y comerciales que originaron la Semana de Mayo, ninguna generación argentina estuvo exenta de dibujar un Cabildo en su cuaderno escolar, pintarse la cara con corcho para actuar de “negrito” o “mazamorrera”, disfrazarse de granadero o dama vestida de gala, cuando no de caballero con galera y frac. Cada una de estas representaciones, respondía al objetivo del entonces incipiente Estado-Nación de resignificar las escuelas como «máquinas hacedoras de argentines». Había que dotar de «argentinidad» a les hijes del aluvión migratorio, así como a las generaciones criollas venideras. Y para ello, los planes pedagógicos conmemorarían las fechas patrias de acuerdo a la «Historia Oficial», más bien, a la mitología, los valores y los principios que según Bartolomé Mitre (y en otra medida, de acuerdo a Vicente Fidel López) configuraban el Ser Nacional. De Mitre saldrá la exaltación por los «valores democráticos» de la Junta Patria, centrándose en la figura de Manuel Belgrano; de López heredaremos ficciones, como el retrato de centenares de paraguas colmando Plaza de la Victoria durante la jornada del 25 de mayo. Ambos coinciden en algo: delimitar la noción de «Pueblo» a la vecindad porteña, es decir, a los hombres letrados, mayores de 25 años, con al menos un título de propiedad en su haber.
Medio siglo después, se abrirá paso una corriente revisionista que acusará a la historiografía mitrista de «ocultamiento del pasasdo», aunque no podrá aplacarla, como ningún movimiento político supo coartar la preponderancia social de la elite porteña en el imaginario colectivo argentino.
Podemos comprender así la mencionada e ininterrumpida iconografía escolar del Mayo patrio, y el rol decorativo, racista y denigrante atribuido a «La Plebe» durante la semana emancipadora. Es un hecho histórico que los sectores invisibilizados por las leyes y las instituciones coloniales, cuando no en la esclavitud o en la servidumbre, debían valerse del comercio de manufacturas propias como medio de supervivencia. Tan cierto como que la actual República Argentina contabilizaba hacia 1810 un estimativo de 700.000 habitantes, y su capital unos 40.00. Que una amplia mayoría de la población total – contra los apenas 6.000 europeos y sus criollos descendientes – estaba constituída por aborígenes, africanos y mestizos.
Esa amplia mayoría venía de asumir un protagonismo crucial en la resistencia militar frente a las invasiones inglesas (1806-1807), y estaba advertida de la ocupación de casi toda España por las huestes de Napoleón Bonaparte (1808), con el consecuente arresto del Rey de España. Aunque desconocía cabalmente – a diferencia de la elite intelectual encabezada por los Belgrano, Moreno, Castelli y Saavedra, y del propio Virrey Cisneros – aquella confidencial noticia que arribó al Puerto de Montevideo el 18 de mayo de 1810: la caída de la Junta Suprema Central de Sevilla (enero de 1810), hasta entonces el órgano sustituto de la Monarquía española para gobernar la península y sus colonias americanas.
¿Dónde comienza a cobrar protagonismo «La Plebe» en la semana de mayo? En la jornada del 22, agitando con su presencia la convocatoria de un Cabildo Abierto, y en la de
Sin embargo, ciertos agitadores de «El Pueblo» se encargarán de correr la voz entre «La Plebe», para que la Plaza de la Victoria (hoy Plaza de Mayo) alcance el grado multitudinario durante los días venideros.
Qué hizo «La Plebe» mientras «El Pueblo» debatía «qué hacer»
La madrugada del 19, para aquél grupo indepentista reunido en casa de Nicolás Rodríguez Peña, significó la decisión de intimar a Cisneros para que convocara un Cabildo Abierto orientado a marcar el nuevo rumbo de la colonia. Al día siguiente obtendrán el visto bueno del Virrey, quien antes de formalizar su decisión, planea una maniobra contrarevolucionaria citando a los jefes militares al Fuerte. Era demasiado tarde: los batallones de urbanos estaban acuartelados y provistos de munición de guerra por Cornelio Saavedra, comandante del cuerpo de Patricios, la unidad militar más importante del Virreinato. Quienes componían e
En la mañana del 21 se anuncia que el Cabildo se reunirá al día siguiente, y que se necesita contar con el apoyo de «los principales vecinos». Sin embargo, a las tres de la tarde, el Cabildo inició sus trabajos de rutina, pero se vieron interrumpidos por 600 hombres armados que ocuparon la Plaza de la Victoria, hoy Plaza de Mayo, y exigieron a gritos que se convocase a un cabildo abierto y se destituyese al virrey Cisneros.
Según evoca Miguel Ruffo en “¿Llovió el 25 de Mayo de 1810 en la ciudad?”, ya precipitaba desde el 22, no se sabe si seguido hasta el 25 o interrumpidamente. “Respecto al 22 de mayo, cuando se realizó el Cabildo Abierto, en el Museo Histórico Nacional (MHN) se ha conservado un interesante testimonio escrito. Se trata de una de las esquelas de invitación cursadas por el propio Cabildo de Buenos Aires a los vecinos de la ciudad para que participaran del encuentro. El vecino en cuestión era Pedro Díaz de Vivar, quien no asistió a la asamblea del 22 por estar el día lluvioso.
Con respecto al 25 de mayo, Ruffo cita a “Vicente Fidel López, en su Historia de la República Argentina”, que relata que en la patriótica jornada, “la tarde estaba lluviosa y destemplada; el piso de toda la ciudad era un empapado barrial. Las veredas escasas y de malísimo ladrillo sobrenadaban en un fondo acuoso e insubsistente”.
En un trabajo publicado en 1960, el historiador Enrique de Gandía escribe: “Los regidores presenciaron el espectáculo divulgado por miles de láminas: una pequeña parte del pueblo de Buenos Aires –quinientas personas sobre un total de sesenta mil habitantes que tenía la ciudad–, reunida frente al Cabildo. Lloviznaba, y mucha de aquella gente tenía los paraguas abiertos. Pintores contemporáneos han criticado a sus colegas, autores de cuadros con una visión de paraguas frente a los balcones del Cabildo, diciendo que en aquel año aún no se conocían los paraguas en Buenos Aires. Podemos desvanecer los fundamentos de su malignidad; en aquel entonces, y desde largo tiempo antes, se conocían y eran usados por cualquier persona, paraguas como los de hoy en día. La mención de paraguas se halla en muchos documentos de 1809 y años sucesivos”. Entonces: sí había paraguas en la época, lo que tal vez pueda discutirse es el grado de difusión de dicho elemento entre la población, es decir, si disponer de uno de ellos estaba al alcance de todo el mundo o eran un artículo reservado para el consumo de la elite. Nos inclinamos por la segunda posibilidad”.
Las citas a la lluvia y el frío de esa jornada histórica abundan, como la que sigue:“Cornelio Saavedra se levantó y la Junta ocupó los asientos bajo el dosel del salón central del segundo piso del Cabildo. Después el comandante fue hasta el balcón. Abajo, en la Plaza, quedaba poca gente bajo la lluvia.
(…) Esa noche, los miembros de la Junta salieron juntos. Atravesaron la Plaza, pasaron por debajo de la Recova y los pasos firmes —que resonaron huecos en el barro—…
(…) Los delegados de los criollos salieron para juntarse en la Fonda de las Naciones de la Vereda Ancha, una de las tantas del radio de la Plaza. El cielo estaba nublado y amenazaba con desarmarse en agua, como venía ocurriendo desde hacía días…
… La espera, luego, fue larga. Hasta que, cuando faltaban minutos para las 9 de la noche, el alcalde mayor abrió los Santos Evangelios. La nueva Junta entró por el centro del salón en medio de un gran silencio. El funcionario hizo una seña y se acercó a Saavedra con el libro abierto. Los nueve hombres se comprometieron a conservar esta parte de América para Fernando VII, el rey de España, prisionero de Napoleón. Afuera llovía. Y en la Plaza todavía quedaba gente”.
“Paraguas había, pero sólo para los ricos», es el aporte de su colega María Inés Rodríguez Aguilar, directora del Museo Roca. «La mayoría de los hombres usaba capotes», añade.
el relato oficial forjado por Bartolóme Mitre nos ilustra con paraguas.
25 de Mayo de 1810, nueve de la noche.
“Mientras los repliques y las salvas, y la cohetería, y tiros y los gritos de alegría atruenan el aire, y mientras todas las muchachas patriotas andan por las calles mojando sus rebozos y sus cabellos de azabache en la lluvia que se ha desatado desde la tarde.
… Hazte cargo del júbilo general que estalló. … Hacía más de dos horas que el virrey había salido del Fuerte; y Terrada mandó en el acto a hacer salvas: los cohetes reventaban por todas partes: las calles llenas de barro, porque llovía bastante, y sin embargo, llenas de señoras y muchachas que victoreaban á la patria á la par del pueblo. ¡Aquello era hermoso!
La tarde ha estado lluviosa, y á la noche ha continuado lo mismo, pero la calle del Cabildo, la de las Torres, la del colegio y la plaza llenas de gentes y hasta de señoras con paraguas y con piezas de cintas blancas y celestes…
«Cabildo Abierto del 22 de mayo», óleo del artista chileno Pedro Subercaseaux. Al margen de políticos, militares, religiosos y vecinos de galera y frac, no se advierte presencia «popular» en la escena retratada, tal como estuvo ausente en su original.
El 25 de mayo, y el Pueblo que sabía (y el que no) de qué se trababa
Durante la mañana del 25, una gran multitud comenzó a reunirse en la plaza de la Victoria, actual plaza de Mayo. Se reclamaba la formación de otra Junta de gobierno. El historiador Bartolomé Mitre afirmó que French y Beruti repartían escarapelas celestes y blancas entre los concurrentes. La gente comenzó a agitarse, reclamando: ¡El pueblo quiere saber de qué se trata!
La multitud reclamó la renuncia del virrey y la anulación de la resolución tomada el día anterior. El Cabildo se reunió a las nueve de la mañana y reclamó que la agitación popular fuese reprimida por la fuerza. Con este fin se convocó a los principales comandantes, pero estos no obedecieron las órdenes impartidas.
Cisneros seguía resistiéndose a renunciar y tras mucho esfuerzo los capitulares lograron que ratificase y formalizase los términos de su renuncia. Representantes de la multitud reunida en la plaza reclamaron que el pueblo reasumiera la autoridad delegada en el Cabildo Abierto del día 22, exigiendo la formación de una Junta.
Pronto llegó la renuncia de Cisneros y la composición de la Primera Junta surgió de un escrito presentado por French y Beruti y respaldado por un gran número de firmas.
El 25 de mayo, los criollos reunidos en la Plaza Mayor (hoy la Plaza de Mayo) esperan las novedades del día al grito de: «El pueblo quiere saber de qué se trata». Ese viernes, los cabildantes reconocieron la autoridad de la Junta Revolucionaria y formaron de esta manera el primer gobierno patrio.
La titulada Junta provisional gubernativa de la capital del Río de la Plata -según consta en la proclama del 26 de mayo de 1810- que la tradición conoce como la Primera Junta, estaba compuesta de la siguiente manera según consta en el encabezamiento del acta:
«En la muy noble y muy leal ciudad de la Santísima Trinidad, Puerto de Santa María de Buenos Aires, a 25 de Mayo de 1810: sin haberse separado de la Sala Capitular los Señores del Exmo. Cabildo, se colocaron a la hora señalada bajo de docel, con sitial por delante, y en él la imagen del Crucifijo y los Santos Evangelios; y compareciero
los Señores Presidente y Vocales de la nueva Junta Provisoria gubernativa, D. Cornelio de Saavedra, Dr. D. Juan José Castelli, Licenciado D. Manuel Belgrano, D. Miguel de Azcuénaga, Dr. D. Manuel Alberti, D. Domingo Mateu y D. Juan Larrea;
y los Señores Secretarios Dr. D. Juan José Passo y Dr. D. Mariano Moreno, quienes ocuparon los respectivos lugares que les estaban preparados».
Tras dictar un decreto que otorgaba entrada libre a “toda función o concurrencia pública, para los ciudadanos decentes que la pretendan”, Moreno aclaró: “se reputará decente toda persona blanca que se presente vestida de fraque y levita”.
Al llegar a territorio jesuita, Belgrano sentenció: “Que todos los naturales de Misiones serán libres, gozarán de sus propiedades y podrán disponer de ellas como mejor les acomode. (…) Respecto a haberse declarado en todo iguales a los que hemos tenido la gloria de nacer en el suelo de América, les habilito para todos los empleos civiles, políticos, militares y eclesiásticos. En atención a que nada se haría con repartir tierras a los naturales si no se les hacen anticipaciones, así de instrumentos para la agricultura como de ganados para el fomento de las crías, ocurriré a la Excelentísima Junta para que abra una suscripción para el primer objeto”.
El gobierno que sucedió al virrey, la Primera Junta, consideró que tenía todos los poderes de aquel. Lo mismo entendieron todos los gobiernos que le sucedieron (Junta Grande, Primero y Segundo Triunvirato, y Directorios). La Primera Junta pretendió además designar a los gobernadores-intendentes, enviar ejércitos, etc. Y lo más importante: recaudar los derechos de aduana.
La capital de unos 40.000 habitantes, se transformó en un importante puerto consumidor de productos manufacturados que provenían principalmente de Gran Bretaña. La población total de Argentina en esa época se acercaba a los 600.000 habitantes, de los cuales un 27% eran mestizos.
Una criollada que dejó en evidencia la incapacidad de la metrópoli de defender a sus colonias en situación de guerra con otro Imperio. Ante esta debilidad, una Buenos Ayres que ganó en poder militar, prestigio moral, y dominio de la política, En ese escenario, una España ocupada por el ejército napoleónico, y el dominó de movimientos emancipadores entre los que brilla el primer gobierno patrio del Río de la Plata.
Sentirá el resto del virreinato, que la «revolución» solo había sustituido el poder central del virrey por el de Buenos Aires, sin obtener ventaja alguna para las colonias. Y así ocurrirán desmembramientos como el de Paraguay, Alto Perú, y la Banda Oriental. Emancipaciones intestinas al fuego de otra patria posible, la de las provincias y sus libertades. Pero previo a la grieta bélica entre unitarios y federales, España hará la guerra para volver a ocupar territorio criollo. El siguiente capítulo al 25 de mayo, es el de los libertadores y sus guerras; es decir, otro capítulo donde el pueblo será protagonista laureado, y donde sabrá una vez más, en primera persona, de qué se trata morir por la patria.
«25 de mayo de 1810», óleo del artista catalán Francisco Fortuny.