Azul, desde su origen, tierra y color del oro para el huinca

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Por Angie Levigna

(Docente azuleña en Historia)

 

1829 ese es el año en el que Juan Manuel de Rosas ordenó avanzar sobre la línea de frontera que había con el indio. 1832 es el año en el que se continua con la construcción de fuertes en la zona del Cantón Tapalqué Viejo -fundado en 1831-. 1832 es también el año en el que Rosas no acepta las condiciones de la Legislatura porteña y opta por dejar el cargo de gobernador. Una nueva crisis socio política se vislumbraba en la provincia de Buenos Aires. Pero aun así, la orden dada por el brigadier es cumplida con el principal objetivo de frenar a los malones – esas irrupciones inesperadas de los pueblos originarios, que seguían resistiendo al avance del “huinca”- que tanto preocupaban a propietarios y productores rurales, como al sector urbano.

La empresa estuvo encargada a Pedro Burgos, que partió de la estancia “Los Milagros” de Chascomús con una reducida comitiva que terminaría eligiendo esta zona por dos recursos fundamentales y estratégicos: en primer lugar, el agua del arroyo, en segundo término, pero no por eso menos importante sino todo lo contrario, las tierras. Así nace el Fuerte Federación, lo que posteriormente se denominaría el Fuerte de San Serapio Mártir del Arroyo Azul. Y fue ese mismo arroyo que atrajo a los colonizadores el que separaría dos culturas diametralmente opuestas. De un margen del arroyo, las culturas milenarias de grupos originarios de este continente, del otro los recién llegados, los “blancos”.

 

Grupo de «nuevos pobladores» destinados a fundar El Fuerte Independencia de Tandil. Por su composición cívico-militar, se asemeja al primero en ocupar lo que luego, tras la llegada de la segunda diligencia con Pedro Burgos a la cabeza, será el Fuerte San Serapio. Autor desconocido (coloración a cargo de Leonardo Calbuyahue)

 

El procedimiento de colonización de estas tierras es similar al que se llevó adelante en otras localidades de la otrora campiña porteña, como es el caso de San Andrés de Giles, San Miguel del Monte o Luján por citar sólo unos ejemplos, cuyas nuevas denominaciones nada tienen que ver con la realidad de sus habitantes originarios, sino que son una muestra más de lo que el historiador francés Serge Gruzinski denomina la colonización cultural.

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Una vez ideado el plan colonizador, mucho antes incluso de su concreción, surgieron nuevos conflictos de intereses. Quizás el más álgido tiene que ver con el traspaso de estas tierras (desde la década de 1820 consideradas fiscales) a algunos privados, principalmente por los títulos de propiedad. Algunas fueron cedidas mediante la Ley de Enfiteusis y otras a través del arrendamiento, lo que posteriormente, y basándose en un principio consuetudinario y de producción capitalista se convirtió en propiedad privada. E este sentido, si seguimos la línea de pensamiento del historiador Osvaldo Bayer, no podemos dejar de relacionar esta repartición de tierras con el nacimiento de un incipiente latifundio en manos de la oligarquía nacional que sólo se profundizaría con el correr de los años y que llegaría a su apogeo a finales de la década del 70 del siglo XIX y principio de los 80, con la expedición militar y sanguinaria encabezada por el posteriormente electo presidente Julio Argentino Roca.

El fuerte Federación o San Serapio Mártir, según el año y la fuente, se fundó en el lugar que ocupa hoy la plaza principal – Plaza San Martín – y los límites eran, como ya se marcó, el Callvú Leovú y lo que hoy son las calles Avenida Mitre, Avenida 25 de Mayo y calle Catamarca.

 

Fuerte San Serapio Mártir del Arroyo Azul, hacia 1864. Daguerrotipo obtenido en el Museo Colonial e Histórico de la Provincia de Buenos Aires. Autor Desconocido. 

 

Lo relatado hasta el momento es lo que algunos historiadores denominan (y quien firma el presente artículo suscribe a esta idea) la primera campaña “al desierto”. Esa intromisión a las tierras pampas, con colonización (cultural, religiosa, económica, social y política) incluida, conlleva a un cambio radical no sólo en la cotidianeidad, sino también en el desarrollo paisajístico y comercial de la región.

La tierra no es respetada en sí misma. Considerada como una madre por los originarios, ahora es vista como un medio de producción. Y una producción que ya no sólo es para el consumo personal / comunal, sino para la comercialización y en gran medida vendida al extranjero. Ese mismo comercio será lo que rápidamente traerá al “progreso” y al mejor estilo inglés. Con grandes máquinas que se llevaban lo que el suelo y la plusvalía de los trabajadores producía.

Así nace lo que hoy conocemos como Azul, centro de comunicación y operaciones a lo largo del siglo XIX de nuestra historia. Azul, tierra de raíces pampas regada con sangre de una guerra.

 

 

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