Por: Silvio Randazzo y Marcial Luna*
“Contemplo concluida la obra del Pueblo por ahora,
porque ya se me acabaron las maderas”
Coronel de Milicias, Pedro Burgos.
Los cronistas subterráneos ameritan varias cosas, otras no tanto. Entre las primeras se halla el presente caso: un viaje a través del tiempo para conversar con el Fundador de Azul, el teniente coronel Pedro Burgos. ¿Ficción? ¿Realidad? Los documentos hablan, dicen los historiadores, y esa sentencia se cumple. El viaje en el transiberiano hacia 1832 (esa es otra historia que contaremos en algún momento…) fue muy especial. Y espacial. Tanto que duró veintidós años. En los países desarrollados hubiera durado menos, sin dudas, pero en el caso de Argentina. En fin…
Una espesa nube de polvo pampeano les dio la bienvenida, un indicio primario de una esperada escenografía arquetípica que sendos pudieron reconocer de inmediato. Sin embargo, no se trató de un aterrizaje forzoso ni de un ventarrón producido por gigantescas y poderosas hélices, ni nada por el estilo. No. Era don Pedro Burgos que se encontraba estrenando botas de potro con un fervoroso zapateo en medio de la Fortaleza del Arroyo Azul, que cubrió al incipiente poblado con una intensa polvareda.
El problema mayor fue explicarle al coronel lo de las zapatillas, el buzo deportivo y otros elementos del equipo que acarrearon los cronistas subterráneos para su cometido. Don Pedro, al igual que unos cuantos fortineros que se hallaban visiblemente fuera de sí como consecuencia de excesivas dosis de alcohol, enseguida se encomendó a la Santa Federación, a Dios y a todos los santos frente a la llegada de dos enviados del averno.
Luego de maniatarlo eficazmente y de apoyarle un trabuco en la sien, se le explicó que los cronistas venían desde el futuro con un solo objetivo: entrevistarlo a él. Don Pedro Burgos aceptó enseguida.
He aquí el resultado de este encuentro tan particular.
—¿Dónde nació don Pedro?
—Depende…
—¿Cómo depende? Se nace en un solo lugar… Hasta Víctor Sueiro lo manifiesta así.
—¿No vendrán ustedes de parte de Manuela Giménez, no?
—No, don Pedro.
—Ah, entonces sepan que nací en Santa Fe.
—¿En qué fecha?
—Vi la luz el 31 de marzo del mil setecientos setenta y siete.
—¿Y sus padres?
—Inés Aguilar y Narciso Burgos, finados ambos. Gracias por preguntar.
—¿Cuándo y dónde nacieron?
— (mira sus flamantes botas y desaira la cuestión).
—¿Y cómo se lleva con la barriada, don Pedro?
—¿Los indios, dice? ¡Ah… gente muy buena! Sí, sí. Todos indios colaboracionistas.
—¡Apa! Ese término es fuerte, coronel. En nuestra época y un poco antes también…
—Mire, usted me parece un joven bastante atolondrado. ¡No me mire con cara de ofendido que lo hago estaquear! Dígame, ¿de qué año me dijeron que vienen ustedes dos?
—Venimos del año dos mil dieciocho.
—¡Ahí está! ¿Se dan cuenta ahora? El problema es la época. Acá, a estos indios les decimos colaboracionistas. Así no nos vamos a entender nunca. Por ejemplo, ¿cómo se comunica usted?
—Mayormente, WhatsApp.
—Loreparió, ni sé qué es eso. Acá andamos todavía con la pluma de gallina (o lo que se cruce y tenga plumas) y un tintero de mala muerte. Ya le he pedido a Don Juan Manuel, además de los vicios pertinentes, una buena remesa de tinta y papel para esquela. Pero anda contrariado con la economía y hay ajuste en el gobierno central…
—Nos suena eso, más de lo que se imagina…
—¿Y eso otro, qué es?
—Una tablet.
—¿De dónde sacan tantas palabras terminadas en consonantes?
—Eh…, cómo hacerle ver. Son importaciones lingüísticas…libre mercado.
—¿Y me puede explicar para qué sirve el “tablet”?
—Mire, sin ánimo de ofenderlo don Pedro, pero tardaríamos bastante en explicarle todo lo que ha llevado hasta conseguir esto. Digamos que aquí dentro se guarda su voz el suficiente tiempo como para conservarla hasta que, de nuevo en nuestros días, podamos escucharla y…
—¡Ah, basta! Haga silencio.
—Sosiéguese, don Pedro. Figúrese que, para nosotros que venimos del año dos mil dieciocho, entrevistarlo a usted, el fundador de Azul, exactamente en el año mil ochocientos treinta y dos, es algo muy importante.
—¡Déjese de chuparme las medias y mejor explíqueme qué es eso que trae entre manos!
—¿La tablet? Lo único que puedo decirle es que va a reemplazar a su esquela, en el futuro, y a varias cosas más. Pero vemos que se ha quedado pensando, don Pedro. ¿Qué le anda pasando?
—He estado pensando en mi compadre. Desde hace unos días tenemos nuevo gobernador, don Juan Ramón González Balcarce, pero se me ocurre una frase para encabezar las esquelas: “Balcarce al gobierno, Rosas al Poder”.
—Mire, don Pedro, casualmente dentro de unas cuantas décadas un eslogan parecido se hará muy famoso…
—¡No me diga!
—Le digo.
—De paso dígame qué es un eslogan, porque mucho no le entiendo, m’hijo.
—Una frase como la suya, don Pedro. Eso es. ¿Y qué más anda pensando?
—En que a mi compadre le es poco el título de “Restaurador de las Leyes”.
—¿Y qué le parece “El tuneador de las Leyes”? Ja, ja…perdón (hasta los ojos de su compañero lo fulminan).
—(Impasible, el entrevistado continúa). Estoy pensando en que sea nombrado “Ilustre Ciudadano”. Y no sólo eso: que doña Encarnación Ezcurra sea mentada como “Matrona Ilustre” y “Heroína de la Federación”.
—Ni le digo las implicancias que eso va a tener a futuro, don Pedro…
—Es lo que pienso yo. Que las cosas las hacemos para la posteridad, m’hijo. [Se distrae por un momento el Fundador] Marí-marí…
—¡Quién lo iba a decir, don Pedro! ¡Qué mirada le echó!
—India querendona, m´hijo. El Brigadier General me mandó para acá pero hay que arreglárselas, como se imaginarán. A la nochecita me calzo el mejor chiripá y cruzo el arroyito este…
—Precisamente, don Pedro, yo quisiera decirle…
—… Espere, m´hijo, espere. Le estaba diciendo algo importante.
—¿Sabe una cosa, don Burgos? Tenemos que reconocerle que le hemos caído en momentos en que está levantando el poblado. Pero si tenemos en cuenta acontecimientos futuros y viendo ese arroyo que hoy se le antoja tan tranquilo, le podríamos recomendar que mueva las cosas para el otro lado.
—¿Donde están las tolderías?
—Ni más ni menos… Del lado de la cancha de Athletic.
—¿La qué de quién?
—Nada, nada, don Pedro. Ignórelo…otra vez.
—Ahí voy solamente al atardecer. Me verá sacando pecho y cruzando el cauce de agua, que a veces se hinca y la correntada es fuerte, pero soy un coronel al que no le hacen mella esas cosas, así que cruzo nomás y, enhiesto, arremeto en las tolderías. Pronto los cueros son un tembladeral porque…
—Bueno, eso lo podemos obviar, coronel. Pero justamente ese arroyo… le diría que medite la posibilidad de fundar el pueblo al otro lado.
—Marí-marí, m’hija.
—¿Con esa también, coronel?
—Veintisiete, al momento. ¡No me miren así! ¡No es mi culpa! ¿Han visto cómo me sonríen? No me puedo negar. ¡Esos son ojos de fuego y me están reclamando! Es parte de la fundación, para eso me ha mandado mi querido amigo y compadre, el Brigadier General. Ahora, mocitos, díganme una cosa: ¿Qué se dice de mí en su tiempo?
—La verdad, coronel, se lo menciona una vez al año… Casi en verano.
—Bueno… la verdad es que esperaba más.
—Deje de bufar, fundador. Su sillón en la Municipalidad todavía se usa y eso que los proveedores no siempre han cobrado.
—¿Qué dice este atolondrado?
—Nada que merezca su distracción. Se lo pondera con recurrencia en torno al día en que se recuerda la fundación del pueblo.
—¿Y qué es lo que se ha escrito sobre mí?
—Ahí entramos en un terreno más espinoso, don Burgos. Un prestigioso intelectual, historiador y varias cosas más, don Bartolomé J. Ronco…
—Me gusta ese nombre. Tiene fuerza. Rrrrronco.
—Ronco ha escrito de usted. Le leo directamente:
Burgos inclina su cabeza contra uno de los cronistas.
— “No fue, indudablemente, una personalidad descollante la del fundador de nuestro pueblo, y su recuerdo sólo estaría en la mención inadvertida de unos pocos y anodinos documentos oficiales…
—Ya no me gusta tanto el hombre…
—… de la época de la tiranía, sino lo hubiera destacado…
—¿Tiranía? Debe ser un salvaje unitario ese tal Ronco. Voy a mandar un sulky a la Mazorca con instrucciones…
—… dándole alguna significación histórica, la empresa de esa fundación. Aún en ella le cupo un puesto secundario, pues, la iniciativa de la obra, ya inconcretamente comprendida en el pensamiento y los enunciados de todos los gobiernos anteriores a Rosas…
—¡Unitario! ¡Sin dudas! Quisiera ver sus dotes para bailar “la Refalosa”.
—…pertenece a este último y solo tuvo en aquel (o sea, en usted, don Pedro) un mero ejecutor material.
—¡Ahijuna de una gran…!
—A pesar del grado prominente que ocupó en el escalafón del ejército, pródigo en coroneles de la “santa causa de la federación”, Burgos no fue un militar en la verdadera acepción de la palabra, ni muchos menos.”
—¿Ni mucho menos? ¡Tráigamelo acá de inmediato a ese Ronco que le vamos a demostrar la verdadera acepción y el prodigo y hasta el escalafón…
—Lo que ocurre, don Burgos, es que Ronco aún no ha nacido. Esto lo escribió en el año 1930. Faltan casi cien años.
—¡Esto es como jugar con los naipes marcados! ¿Cómo me defiendo yo ante semejante tropelía?
—Espere que hay más. Dice Ronco que usted ejerció veintidós años el mando “de un escuadrón de milicias de caballería, pero jamás asistió a ninguna campaña, ni se lo vio mezclar en los riesgos de ningún combate. Fueron harto frecuentes en su tiempo las acciones militares, y en el medio en que actuó tuvieron campo propicio y ocuparon lugar preponderante los profesionales de valor, pero las crónicas de las luchas civiles, de las guerras exteriores y de las contiendas de frontera no le mencionan nunca, ni siquiera entre los personajes de segunda fila que ganan galones sirviendo a retaguardia de los ejércitos”.
—¡La pucha! ¡Cuánta palabrería! Difícil seguirle la lengua a este hombre…
—Básicamente dice que usted ni siquiera es un militar de segunda, don Burgos; que no se lo vio en ninguna jornada militar de valor o de riesgo. Es decir, que fue un coronel de cuarta. Igual no se haga problema, vendrán otros como usted y peores también.
—¡Desacato! ¡Me lo trae inmediatamente acá para estaquearlo!
—Ya le explicamos que aún no ha nacido el doctor Ronco…
—¿Doctor? ¿Un matasanos? ¿De eso se trata? Son todos macaneadores… Al primero en este pueblo lo despaché de un plumazo…
—Este era doctor en leyes. Es decir, abogado.
—No me gustan los hombres de leyes, me gustan los hombres de acción.
—Bueno, aquí Ronco dice que usted, lo que se dice “acción”, poco y nada…
—¡Ahhhh hijeunagran…! ¡No saben ustedes de mi sacrificio por este poblado recién fundado! ¡Si yo les contara!
—A decir verdad, llevamos un par de horas por acá y lo único que hemos visto es cómo le echa el ojo a las muchachas catrieleras nomás… Ahí sí que tiene buena performance, don Pedro. Eso se lo reconocemos.
—¿Performance?
—Después le explicamos. Hay más, escuche: “La foja de servicios refiere con prodigalidad los lugares en que estuvo y su presencia…
—¿La de quién?
—Habla de usted, don Pedro. Sigo: “…durante muchos años, en las revistas mensuales del comisario pagador, pero no habla de ninguna batalla o escaramuza ni trasciende olor a pólvora…”
—¡Explíquese!
—Laaaaa, don Pedro. ¿Todo hay que explicarle? Atajaba más Sandro Guzmán. Acá dice que estaba en primera línea a la hora de cobrar, pero que a la hora de combatir, digamos que se desalineaba. Que ni conoció el olor a la pólvora.
—¡Canalladas!
—Hay más: “En un viejo papel de la comandancia militar del Fuerte Azul, escrito de puño y letra, en 1841, por el coronel Pedro Rosas y Belgrano, refiriéndose a los antecedentes de Burgos…
—¡Ya sabía que ese me la iba a jugar! ¡Lo tendría que haber pasado por las armas cuando tuve oportunidad! Tan delicadito siempre…
—… se dice que “en el año 1828, cuando la sublevación de los salvajes unitarios…
—La recuerdo, efectivamente.
—… acompañó en Santa Fe al señor comandante general de campaña y no continuó a su lado por hallarse enfermo”. ¿Fue así, don Burgos? ¿Qué mal lo aquejó?
—Diarrea, m’hijo. Hasta las patas.
—¿Bravos los unitarios, no?
—¡Y ni donde limpiarse!
—Ronco apunta algo más interesante: “En cambio, lo encontramos, como simple paisano…
—¿Paisano? ¡Teniente coronel!
—… y amigo y con el título de hacendado…
—Bah… sólo unas tierritas, por ahí…
—… acompañando a Rosas en la pacífica expedición que realizó a la Sierra del Volcán, el año 1825…
—La paz ante todo, hombres del dos mil dieciocho. ¡Sépanlo! Siempre anhelamos la paz…
—Hacendados construyendo la “paz” junto con los militares. Puertas que retumban fuerte. Ni se imagina lo familiar que esa alianza se nos presenta.
—¡Mi influencia trasciende épocas, m’hijo! No busco otra cosa que paz y la buena vida, el sano ocio…
—Cuéntenos: ¿Qué estaba por hacer cuando llegamos, además del zapateo? Porque aparecimos de improviso y hemos visto que ha interrumpido algo…
—Le estaba mandando fruta a Rosas.
—¡Ah! ¡No me diga que le escribía una carta criticándolo! ¡Nos puede contar los detalles!
—¿De qué crítica me habla usted? En la carta le estaba diciendo que, efectivamente, le estoy mandando un carro con fruta de la zona. Las recogieron unas indias, buenas mozas y amigas del suscripto.
—¿Esa es la carta que le va a enviar a Rosas?
—Efectivamente, m’hijo.
—¿La puede leer?
—Tome, prefiero que la lea usted…
—“Fortaleza del Arroyo Azul, 29 de diciembre de 1832”. Mmm, a ver… “…todavía pudiera conseguir algún provecho de mi trabajo”… “Contemplo concluida la obra del Pueblo por ahora, porque ya se me acabaron las maderas”… ¿Me parece a mí, don Burgos, o esta fundación empezó complicada?
—¡Ni se lo imagina! Me voy a juntar unos choclos porque pronto llegarán los muchachos de la “orga” y me van a encontrar con las manos vacías. Así que, si me disculpan…
NOTA DE REVISTA SUBTE:
El ejercicio periodístico como téster del propio espíritu. Adarga en mano, sendos cronistas se lanzaron a la aventura pretérita en pos de recabar un testimonio -que ya prefiguramos- de relieve histórico para el desarrollo vernáculo de la profesión. El tono entre dramático y solemne del que SUBTE no puede prescindir en esta nota al pie, proviene del ánimo que nos asesta su golpe pérfido: sucede que los periodistas subterráneos no regresaron jamás luego de la cita con Pedro Burgos. Al menos, no lo han hecho al punto de partida que esta publicación estableció.
Por extraño (o suspicaz) que pudiere parecer, el material periodístico que produjeron al entrevistar al fundador azuleño nos fue suministrado de manos de un inexplicable mandadero; material que dota a este número cero de SUBTE de su nota de tapa. Lamentablemente, ambos compañeros de tareas no gozaron de idéntica suerte. Los abrazamos y saludamos afectuosamente a sus familias.
Para tributar el denodado amor por la práctica periodística que bien supieron plasmar nuestros colegas extraviados, SUBTE reafirma su imperecedero compromiso y ya asimila su próximo desafío: dar con ese extraño hombre (del cual, entre otros, nos ofreció escuetas referencias el citado mandadero) que repentinamente ha comenzado a transitar las calles de Azul, barbado y ataviado con ropas militares, y que interpela a los pobladores sobre “mi fuerte y mi sillón”.
Fuentes:
Ronco, Bartolomé J.: “El fundador de Azul”, en Revista Azul N° 1, febrero 1930.
Porro, Vicente: “Coronel Don Pedro Burgos”, Folleto N° 1 del Museo Etnográfico y Archivo Histórico de Azul, 1957; y Porro, Vicente: Folleto N° 2, Documentos poco conocidos sobre Azul, Primera Serie, 1962.
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*Ensayo ideado y publicado originalmente en la Revista SUBTE. El escrito lleva la firma de Randazzo y Luna – autores mencionados al principio de esta publicación -, quienes junto a otras plumas impulsaran años atrás SUBTE: un laboratorio periodístico transformador en nuestros pagos, que El Estallido cuenta entre sus faros.