Esas lágrimas sobre el muro de los lamentos fueron presagio de la derrota. El tropezón de la ley «ómnibus» es consecuencia de la fuerza de las calles, el peso de la constitución, y el voto no positivo de los dialoguistas que el Gobierno define ahora como traidores.
La batería esencial para el plan integral de Javier Milei vuelve a comisiones en Diputados, tras un estrepitoso revés parlamentario que obliga a discutirlo de raíz, individualizando el tratamiento de sus ejes en las cámara baja, optar por su imposición vía decretos, o aceptar el destino de sepulcro en los sótanos de la democracia.
El acuerdo cae por obstinado desacuerdo. La misiva libertaria fracasa cuando se empaca en destrabar la negociación de las facultades delegadas, determinadas privatizaciones, y la quita de impuestos coparticipables. También falla por la impericia e incapacidad legislativas del oficialismo, el arrepentimiento de ciertos diputades dialoguistas ante la represión desbocada de Patricia Bullrich, y el temor de estos de pagar los costos políticos inmediatos: los de avalar un proyecto que implicaría un shock en seco, mientras un ajuste modelo para el FMI no deja clase ni sector ilesos.
Enemistado con la lógica de los consensos, el presidente caratula la coyuntura como una guerra de «la casta contra todos». Responsabilizó abiertamente a gobernadores macristas y diputados radicales de haber traicionado a sus votantes, darle la espalda a las reformas que votó «el 56%», y hacerle el juego «a los políticos que defienden sus privilegios». A través de los canales oficiales de presidencia, enumeró uno a uno a diputadas y diputados que votaron negativamente el articulado. El nivel de persecución y de visibilidad dados, no lo tuvieron ni las listas negras de la dictadura más sangrienta. Desde Israel, el jefe de Estado redobla la amenaza: anticipó que las reformas refundacionales «saldrán por otros caminos».
La luna de miel del presidente cae en fade out a la velocidad del hartazgo social picando en punta. El margen de maniobra se achica a medida que «la casta» (en lo fáctico, la suma de perjudicados por el Gobierno), se agiganta como enemigos acumula entre gobernadores y nombres propios del parlamento, «nido de ratas» de acuerdo al ex diputado que hoy comanda la Nación.
Pues su colectivo chocó por el intento de esquivar los cimientos de «la casa del pueblo». El atropello antipolitica de Milei demuestra insuficiencia al enfrentarse con la rosca de la vieja política.
¿Administar por decreto de necesidad y urgencia? ¿Plebiscito de una reforma de cientos de artículos?
Cuál sea el próximo paso del gobierno, debe superar el congreso para existir.
Y ya sabe Milei que las fuerzas del cielo no pueden contra la gobernabilidad exigida para cualquier democracia, incluso las de sus primermundistas debilidades. Podrá no negociar su retórica ni las recetas concedidas al Fondo monetario. Pero incluso este ha llegado para advertirle que en algo hay que ceder. Y es que la patria, aún ajustada, defiende los derechos esenciales sin descuidar los conquistados: las bases innegociables que la casta no pudo subir a su colectivo.