Por: Francisco Blando
Las libertades de 1810 no tienen cabida en la presunta libertad que avanza. Existe, entre el anarcocapitalismo de Milei y el liberalismo proteccionista de Belgrano, o entre el plan de operaciones de Moreno y el de desregulación de Sturzenegger, un antagonismo sideral. Al cabo de año y medio de gobierno libertario, la afirmación dista de ser anacrónica: la administración actual no comulga con los ideales fundacionales.
Ver esta publicación en Instagram
Hay una ideología de distancia en las formas de gestionar el bien común, de articular el progreso de un país soberano. Una grieta que se agiganta cuando se compara los destinatarios de ambos modelos de Patria. Pese a la diferencia irreconciliable, Milei aguardó su primer mayo al mando para declamar que se piensa a la altura de los próceres, y que proyecta su mandato como una continuidad del ideario independentista.
Aquella tarde de escarapela, flanqueado por granaderos y con el Cabildo de Córdoba a sus espaldas, el Presidente se encolumnó detrás de «toda una generación de dirigentes que entendió, que más allá de las ambiciones personales, nuestros padres fundadores había marcado un rumbo para nuestra Nación». La referencia ilumina a las generaciones del 37′ y del 80′ – con énfasis en las figuras de Alberdi, Sarmiento y Roca -, de quienes el libertario se cree sucesor natural, y basta con remitirse a la infame «Ley Bases», o a la simbología sarmientina del Palacio Libertad.
En la apertura del rebautizado CCK en octubre pasado, de hecho, aseveraba: «Tenemos la titánica tárea de volver a sentar las bases para el desarrollo económico, social y cultural de la Nación (…) Esa es la única manera de honrar a nuestros próceres, con una obra a la altura de la suya, que coloque al país en la senda de la prosperidad nuevamente».
Por eso aquél 25 en suelo cordobés, tras jurar que su misión «no es revolver el pasado sino por el contrario, es sentar un futuro y bases para nuestros hijos», Milei instó a la dirigencia política a concretar el proyecto refundacional anunciado el 8 de marzo en el Congreso. «No solo vamos a seguir trabajando para que el Acuerdo de Mayo sea una realidad, sino que luego de la firma del Pacto – cuando estén sancionadas la Ley Bases y el paquete fiscal -, vamos a crear un Consejo de Mayo para completar esta sagrada tarea», bramó, con la seriedad como ceño.
La cruzada santa naufragó en el chiquero del desacuerdo que cavaran las propias fuerzas del cielo. El Pacto no se firmó en Córdoba porque a esa altura, las Bases y la batería de impuestos sólo tenían media sanción en Diputados. Serían aprobadas el 28 de junio por el Senado, con vuelta previa por la Cámara Baja.
En las fechas patrias inmediatas, el costo sería carísimo para el plan de de operaciones libertario. Por más que la historia oficial ubicará a Milei el Día de la Bandera en Rosario, interpelando «a todos los sectores» para que firmen el convenio, y reúna a 18 de los 24 gobernadores el día de la Independencia – con la compañía de los ex presidentes Mauricio Macri y Adolfo Rodríguez Saá -, convencidos de estar reescribiendo la Argentina un 9 de julio, ni más ni menos, que al interior de la Casa de Tucumán.
Así como la versión definitiva de la Ley Bases fue bautizada en los pasillos del Congreso como la «Ley fitito», el Acuerdo de Mayo perdió al final el más ambicioso de sus principios. En lugar de «una reforma histórica» para la Argentina, el remozado punto 4 se impuso el objetivo de «una educación inicial, primaria y secundaria útil y moderna, con alfabetización plena y sin abandono escolar».
La derrota surge de un pueblo, el de los millones que se movilizaban por la Educación Pública, y se cristaliza políticamente en el acorralado pleno opositor, incluyendo a los gobernadores con péluca, urgidos de legislar a favor del reclamo unánime. Aunque no existen versiones oficiales que expliquen qué hicieron, o si alguna vez harán algo con el Pacto que Macri llamó «el principio del fin de esta eterna decadencia, que ha producido corrupción y empobrecimiento en nuestro país».
¿Por qué el propio Gobierno cajoneó el Acuerdo de Mayo? ¿Acusó las marchas de estudiantes y jubilados, y el dialoguismo que dejó de votar a libro cerrado? ¿Quiso ahorrarse el fracaso, por falta de consenso, de los 10 puntos que prometieron «un nuevo acuerdo social y un nuevo orden ecónomico, para finalmente dar vuelta la página de nuestra historia»? ¿Qué clase de próceres renuncian antes de empezar a escribirla?
Citó Milei en varios discursos, la máxima sarmientina que consigna que las ideas no se matan. Sí, en efecto. Aunque nada más cercano a una idea muerta que una idea olvidada. El sanjuanino también dijo alguna vez, castigando la indiferencia en torno a Belgrano de la generación del 80′: “es que las generaciones se suceden a otras, y en el torbellino de los acontecimientos la juventud ignora quienes los precedieron”.
Si el libertario contrapusiera, al menos, tres puntos del Acuerdo frente a los ideales de los próceres de Mayo, aceptaría que el plan estaba condenado al fracaso, por desconocer las diferencias irreconciliables que les separan.

