Por: Francisco Blando
Sucedió a orillas del río Paraná, durante el grandioso ocaso del 27 de febrero de 1812. Se supone que estaba compuesta por una franja blanca y otra celeste, como la del ejército de los Andes. Sus colores respondían a los Borbones, vidriera de la monarquía constitucional soñada por los chisperos de Mayo. Nadie profetizó entonces el mito mitrista, que atribuye al “reflejo del hermoso cielo de la patria”, su fuente de inspiración.
Puede que sus bandas fueran verticales como French y Berutti escarapeleando la Plaza, u horizontales como las baterías “Libertad” e “Independencia”, organizadas para el bautismo por su creador. Lo indiscutible, es que éste había anticipado al Triunvirato sus aspiraciones de argentinidad: “las banderas de nuestros enemigos son las que hasta ahora hemos usado, (…) y con que parece aún no hemos roto las cadenas de la esclavitud”.
Con el reloj de los libres marcando las seis treinta de la tarde, Manuel Belgrano procedió con el izamiento: “juremos vencer a nuestros enemigos interiores y exteriores, y la América del Sur será el templo de la Independencia y de la Libertad. En fe de que así lo juráis, decid conmigo «¡Viva la Patria!».
Los pasquines aduladores de la Corona llevaron al Cabildo la noticia. “Una bandera revolucionaria flameando en Rosario”. Bernardino Rivadavia lo consideró tan “grave asunto”, que el 3 de marzo de 1812 escribió su pesar a Belgrano: “ha dispuesto este gobierno que haga pasar como un rasgo de entusiasmo, el enarbolamiento de la bandera blanca y celeste, ocultándola disimuladamente y sustituyéndola con la que se le envía, que es la que hasta ahora se usa en esta Fortaleza”.
El General no acusó recibo de la bandera del enemigo, porque se encontraba camino a formar el Ejército del Norte. La Asamblea del Año XIII aportó mayor colonialismo al caso, tras decretar que la enseña que Belgrano nos legó no representaría al Estado.
Hasta que el 20 de julio de 1816, bajo sello del Congreso Constituyente, blanco y celeste fueron adoptados cómo los colores patrios de la Patria soberana, y así triunfó la rebeldía del primer abanderado de nuestra libertad.
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¿Y la bandera del sol nacida?
Surgió en 1818 del genio de un descendiente incaico, representando los rayos que irradiaron Independencia el 25 de mayo de 1810. Pero desde el Directorio, Pueyrredón decretó que donde nace el sol, asoma un águila guerrera.
En 1944, Farrell, el segundo dictador criollo, aprobaría la distinción, nombrándola bandera oficial de las Armas y del Poder.
Alfonsín – o más bien, la Democracia – hubieron de discrepar en 1985, sancionando por ley que el sol debía fulgurar sobre las banderas del Pueblo Argentino.
De haber persistido la diferencia, cotidiano sería el acto de discernir entre escoltas de la Patria esclavizada, y abanderados exclamando a su paso Libertad.

