9 de Julio de 1816: Independencia de la Patria Grande

El texto despliega las razones de las disputas políticas en el contexto independentista. A través de fuentes históricas, discursos y proclamas, el autor hace mucho más que una efeméride: insta a retomar el ideario de los protagonistas de la gesta patriótica.

 

Conozca el mando que el genio americano

abjura con horror los crueles hábitos de sus

 antiguos opresores y que el nuevo aire de

libertad que empieza a respirarse extiende su

benigno influjo a todas las clases del Estado.”

Oficio de San Martín al Cabildo de Mendoza

25 de marzo de 1816

 

Por Guillermo M. Batista*

 

Cuando decidimos adentrarnos en la Historia, si de auscultar un hecho acontecido se trata, el contexto tanto nacional como internacional, las condiciones objetivas, y los personajes que en él intervienen, junto al sujeto Pueblo, nos preparan para entender nuestro presente. Al indagar en nuestra Independencia, si pretendemos salirnos del libreto escolar, de la tan mentada “historia oficial”, la de los sectores de poder que siempre nos están proponiendo su batalla cultural, es necesario continuar trabajando la contra-historia. Aquella que recupere la memoria y la identidad como herramientas de liberación social y nacional ante “los saberes” que desde el sentido común edulcoran las luchas populares que fueron forjando (y siguen haciéndolo) la Patria y la Nación, con un sentido de justicia, libertad y soberanías concretas, tangibles para la mujer y el hombre de a pie.

La imagen del general José de San Martín señalando el futuro, de uniforme pulcro, dominando un bello caballo blanco erguido sobre sus dos patas traseras, es la imagen de un hombre estático, un prócer sí, pero de bronce, detenido en el tempo, ni siquiera en su Tiempo. Una lámina que esconde un modelo y, por ende, un proyecto de país. Una estatua que esconde además a un líder popular, un caudillo, un jefe de un ejército de Los Andes, hispanoamericano, con bandera propia que trascendió a “lo argentino”. Un comandante en jefe de un ejército libertador compuesto por integrantes de las Provincias Unidas del Río de la Pata, chilenos, colombianos, peruanos; y entre ellos, mapuches, guaraníes, afrodescendientes, criollos, zambos, mulatos, ingleses, españoles. Una masa organizada y orgánica en su estructura con ideas claras que se transmitían de boca en boca, desde los días tempranos de Mayo de 1810, cuando la semilla otoñal se plantó en pos de las libertades sociales que, impulsadas en Francia primero y en España después con el liberalismo político, fue dando inicio a las Guerras Independentistas que en nuestro territorio se prolongaron hasta 1820, y cuatro años más en la América del Sur.

Esta idea de “liberarnos del yugo español” se fue macerando a lo largo y a lo ancho de las Provincias Unidas de la mano del general Manuel Belgrano, hombre respetado y admirado por el general José de San Martín. Siendo Manuel otro líder popular que, además de batallar con diversa suerte contra el invasor, logró producir junto al pueblo norteño, jujeño para ser más preciso, un éxodo de características militares, dejando tierra arrasada para que los godos no pudieran aprovechar ninguna vitualla en esa guerra de liberación.

¿Cómo habrá hecho don Manuel para persuadir o convencer a miles de familias de esas tierras a abandonarlo todo, prometiendo a cambio luchar por la libertad y la independencia? ¿Cómo habrá hecho don José para persuadir o convencer a miles de hombres provenientes de las recónditas selvas, llanuras, sierras y desiertos a unirse a su ejército, con el objetivo de cruzar la cordillera de los Andes, llegar, guerrear (morir, quedar mutilado, perder en el campo de batalla y también ser sometido por los implacables colonialistas), prometiendo a cambio libertad e independencia, pero en este caso de Chile y de Perú?

Ambos, junto a Martín Miguel de Güemes en el norte de las Provincias Unidas y José Gervasio de Artigas, en la Banda Oriental, Entre Ríos, Santa Fe, sur del Brasil, y norte de la provincia de Buenos Aires, también enfrentaban a españoles y a portugueses. Los cuatro unidos por un mismo objetivo, con diferencias a la hora de institucionalizar estos vastos territorios, pero con la mira puesta en la Independencia de una nueva Patria Grande.

Por el norte del continente, el general Simón Bolívar aunando fuerzas de colombianos, venezolanos, panameños, ecuatorianos, junto al mariscal Antonio J. de Sucre y Bolivia, también traían vientos libertarios para casi todo el sur de nuestra América.

Si Mayo de 1810, en el Río de la Plata, fungió como inicio de la gesta libertadora e independentista, también dio inicio a las contradicciones entre los comerciantes españoles, criollos e ingleses que, junto a las incipientes oligarquías provinciales, fueron impulsando los localismos contra los que también hubieron de luchar estos líderes libertadores.

La supuesta miopía, en nuestro caso de Bernardino Rivadavia, Manuel José García, de Tomás M. de Anchorena, e incluso del presidente del Congreso de Tucumán, don Pedro Medrano, disculpándose de las medidas que se fueran a tomar contra la Madre Patria, según sus palabras, no es tal. Decididamente están bregando por la dependencia británica, al vaivén de los vientos que, a partir de 1815 con el gradual retorno del absolutismo monárquico en Europa, a causa de la derrota napoleónica, soplan en favor de Inglaterra y España.

Sabrá de agachadas, inequidades, y destratos el general San Marín cuando intentaba fortalecer con recursos dinerarios e infraestructura su plan del cruce de los Andes, por parte de la porteñada centralista que le exige de la mano del Director Supremo el general Rondeau pelear sí, pero contra los caudillos santafesinos, cordobeses u orientales.

Un Congreso donde los pueblos originarios de la Patagonia o el nordeste chaqueño de nuestro territorio actual no están representados. Pero sí, pueblos de la actual Bolivia como Charcas, Mizque, Chichas, La Plata y Cochabamba; sin embargo, Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos y Misiones tampoco llegan a participar, ya que están bajo la égida del Protector de los Pueblos Libres, don J. G. de Artigas. En tanto, Chile y Paraguay son invitados, pero no acuden a la cita. Un Congreso cuyo Manifiesto[2] claramente dividido en dos partes y producto de consensos del momento, que navega al redactarlo, entre una absoluta descalificación al yugo impuesto por el Imperio español, pero donde se esconde la pluma pro británica del ya mencionado centralismo porteño y una segunda parte donde allí sí las tan meneadas condiciones objetivas hacen su aparición, relatando en el marco de un proceso de seis años de duración, los porqué de una Independencia que no fue, a pesar de los triunfos de los años 1806-07 contra los invasores sajones, o Mayo de 1810 al desarrollarse el juntismo en nuestras tierras emulando a la Junta de Cádiz, con la clara reivindicación de las y los criollos a poder autogobernarse pero sin lograr derrotar definitivamente al Imperio.

Entre este último año y 1816, se fue decantando un proceso social, con los liderazgos mencionados y una construcción de la conciencia colectiva de los pueblos del enorme territorio sudamericano, donde el concepto Independencia se fue palpando en diferentes idiomas. Y “cuando la lucha por la libertad, la lucha contra el despotismo, requirió la declaración de la independencia, la independencia fue declarada”.

El diputado por Jujuy, Sánchez de Bustamante, fue quien pidió tratar el proyecto acerca de “la libertad e independencia del país”. Y bajo la residencia del diputado por San Juan, Narciso Laprida, el secretario del Congreso, Juan José Paso, fue quien preguntó a los congresales: “si querían que las Provincias de la Unión fuesen una nación libre de los reyes de España y su metrópoli”.[3] Tras la aclamación, se firmó el Acta de la Independencia:

Nos los representantes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en Congreso General, invocando al Eterno que preside el Universo, en el nombre y por la autoridad de los pueblos que representamos, declaramos solemnemente  a la faz de la tierra que es voluntad unánime e indubitable de estas provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli; quedar en consecuencia , de hecho y de derecho con amplio y pleno poder para darse las formas que exija la justicia e impere el cúmulo de las actuales circunstancias.[4]

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Pocos días más tarde y ante los intentos ya comentados de los porteños de redirigir la dependencia hacia Gran Bretaña o Portugal, se agregaría a instancias de Pedro Medrano a esta declaración que, además de independizarnos de España, también lo hacíamos de toda otra dominación extranjera.

San Martín, un mes antes en carta a Godoy Cruz expresaba: “Los americanos de las Provincias Unidas no han tenido otro objeto en su revolución que la emancipación del mando de fierro español y pertenecer a una nación.”[5] A continuación, Simón Bolívar cerraba con estas palabras desde el norte el ideario de unidad: “Es menester que la fuerza de nuestra nación sea capaz de resistir con suceso las agresiones que pueda intentar la ambición de Europa, y este coloso de poder, que debe oponerse a aquél otro coloso, no puede formarse sino de la unión de toda al América meridional, bajo un mismo cuerpo de nación.”[6]

A partir de aquí, se instaló el debate acerca de la forma de gobierno. En un principio se logó gracias a Manuel Belgrano ir consensuando la idea de una “monarquía atemperada” en contraposición al absolutismo mayoritario en Europa, lo cual implicaría, tomando el modelo británico, una monarquía constitucional y parlamentaria. En estas tierras se tradujo el intento en la denominada Monarquía Inca, cuya capital se asentaría en el Cuzco. Los diputados altoperuamos Mariano Sánchez de Loria, José A. Pacheco de Melo, y Pedro I. de Rivera, junto a los representantes de Cuyo, Godoy Cruz, La Rioja, Pedro I. de Castro Barros, y el tucumano José Ignacio Thames, apoyaron esta propuesta de integración. La “provincia metrópoli”, como Juan B. Alberdi definió a Buenos Aires, comenzó a disputar esta propuesta negándose de plano. En el mes de marzo de 1817, el Congreso se trasladó a Buenos Aires, consagrando finalmente una Constitución aristocrática y unitaria en 1819. Los “cuicos”, como despectivamente definía a los diputados indoamericanos el racista Tomás M. Anchorena, habían perdido esta batalla de la Unión Americana.

La disputa de dos modelos desde los inicios de las guerras independentistas estaba en pugna y se prolongaría a lo largo de nuestra Historia: Centralismo unitario porteño-bonaerense, decidiendo economía, cultura, política, organización institucional, al margen de los Pueblos y provincias “interiores” con sus respectivas tradiciones, culturas, economías regionales, formas de representación popular.

Domingo F. Sarmiento, en la primera novela militante de nuestra literatura nacional, lo sintetizaría años más tarde en su apotegma: Civilización y Barbarie, al narrar desde su óptica la vida del caudillo riojano Facundo Quiroga. Consolidando desde las futuras clases dominantes la idea (el sentido común) de lo culto proveniente de Europa, o Estados Unidos, y lo incivilizado, sin cultura, a todo aquello que se produjera en o desde nuestros pueblos autóctonos.

El 9 de julo del año 1816, la declaración de nuestra Independencia formó parte de un largo proceso histórico-social, en el cual el contenido lo proporcionó un Pueblo en armas, consciente de su protagonismo, liderado por hombres y mujeres que fueron sintetizando en la acción, el debate, y el pensamiento un ideario común a lo largo y a lo ancho de toda Sudamérica.

La Historia de un hecho, que prolongó antinomias, porque las miserias de los localismos economicistas batallaron para que esa Libertad fuera una fórmula vacía precisamente de aquel contenido: el Pueblo.

Los tiempos por venir, sin embargo, nos demostraron que esa larga marcha iniciada en las Invasiones Inglesas de 1806-7 y culminada con ese primer mojón el 9 de julio del año 1816 continuó agregando derechos a pesar de los imperios de cada época, y de sus aliados internos: los cipayos de siempre.

 

Profesor titular de las Cátedras de Historia Social General e Historia Argentina, de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Doctorando UBA (tesis presentada). Autor de manuales de Historia Argentina 1780-1943, 1780-1955, 1880-1973 y diversos artículos, ensayos, en Revista MestizaAntigua Matanza, y cuadernillos.

 

 

Bibliografía consultada

  • José C. Chiaramonte (1997). Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina (1800-1846). Biblioteca del Pensamiento Argentino I. Ariel Historia.
  • Norberto Galasso (2012). Seamos Libres o demás no importa nada. Vida de San Martín. Buenos Aires. Colihue.
  • A.J. Pérez Amuchástegui (1966). Cónica Histórica Argentina. Buenos Aires, Códex.
  • Felipe Pigna (2016). La voz del Gran Jefe. Vida y pensamiento de José de San Martín. Buenos Aires. Planeta.

[1] Felipe Pigna (2016). La voz del Gran Jefe. Vida y pensamiento de José de San Martín. Buenos Aires. Planeta. p. 193.

[2] Se refiere al Manifiesto que hace a las naciones del Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas de Sudamérica, sobre el tratamiento y crueldades que han sufrido de los españoles y motivado la declaración de su independencia. Este fue aprobado finalmente el día 25 de octubre del año 1817.

[3] Felipe Pigna. Op. cit. p. 265.

[4] Acta de la declaración de la independencia, en Congreso de Tucumán, Buenos Aires, 1916, p. 9. Facsímil en La Nación, Buenos Aires, 6/7/1958.En Norberto Galasso (2012). Seamos libres lo demás no importa nada. Vida de San Martín. Buenos Aires: Colihue, Grandes Biografías. p. 176.

[5] Norberto Galasso. Op. cit. p. 177

[6] Ibídem.

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