¿Cómo se rememora a quienes construyen Memorias? ¿Qué método de inmortalidad simbólica le cabe a les imprescindibles en la tarea de vindicar a les nadies? Siendo las 10 de la mañana del 12 de octubre de 2021, Azul parece arrimarse a tales respuestas. La fecha no es azarosa: se elige el comienzo del plan sistemático de exterminio indígena comenzado por la Corona Española en la Abya Yala. El rincón designado, tampoco es casualidad alguna: el pasaje que bordea la plazoleta de respeto a los pueblos orginarios, para honrar un nombre ineludible en la visibilización de sus culturas y sus Historias, tanto como en las denuncias inobjetables contra cada etnocidio perpetrado por el Estado Argentino. Ese nombre que en vida fue una valija llena de libros y sueños, es en Azul un pasaje que, al pronunciarse, devuelve aquello que Arbolito cantó: «cuántas cosas se saben por vos»…
De cuando Osvaldo pisó Azul, y volvió para vindicar
Una hilera de educandes, otra de funcionaries y militantes memoriosos escoltados por vecines, generan una ronda donde hace siglos le conformaban las tribus alrededor de Catriel, Maicá y los lonkos pampas. En ambos extremos de esta plazoleta que sirve portal hacia Villa Fidelidad, se erigen dos lungas señaleticas cubiertas con cartón. Esta vez no es un cacique sino un maestro quien encabeza el parlamento. Jorge Meza toma la palabra, e inicia un acto donde consagrará ese anhelo que nos remonta al 2009, cuando el Pueblo de raíces pampas conoció a Osvaldo J. Bayer. Su hijo Esteban dice presente con vuelo desde Berlín, y junto a él la Escuela Especial N°503 «Arbolito», que antes de la llegada de su padre y la Dirección de Jorge, padecía el bautismo en honor a Roca y su genocidio del nunca-desierto.
Aquélla conquista – la de reemplazar a Roca por el cacique ranquel, símbolo de la resistencia indigena en las Pampas – fue el capítulo azuleño de un libro que Osvaldo, el conector entre pensamiento y acción, decidió no imprimir en papel sino materializar en actos por la Memoria a lo largo del país. En Azul, se correspondió con el proyecto «cambiemos el nombre a la Escuela 503 Julio Argentino Roca”, que desde 2008 lo tenía al su entonces Director Jorge Meza esgrimiendo: «Trabajar en educación con un nombre que representaba la exclusión y el exterminio no era demasiado coherente». Osvaldo recibió la invitación y se hizo presente en la 503, un 7 de octubre de 2009. Brindó una conferencia titulada “Historia de la crueldad argentina”, semilla del libro homónimo que Bayer coordinó junto a la RIGPI (Red de Investigadores en Genocidio y Política Indígena en Argentina) En su prólogo, declaraba los efectos manifiestos: «(…) Esperamos que este libro sea tomado en escuelas secundarias y en aulas universitarias para abrir el gran debate sobre nuestro pasado y el por qué de su eterna crueldad. Porque estamos acostumbrados a que sólo se escuche la palabra oficial».
Volvería el 12 de abril de 2011 para ser declarado huesped de honor, y para celebrar, 5 días después, la apostasía de la 503 de dicha Historia Oficial a cambio de abrazar orgullosamente el nombre de Arbolito. Sería aquella la última sonrisa del vindicador en los pagos pampas, aunque no la última generada por una de sus semillas. Una tarde primaveral del 2014, el muralista Martín Meza tocó el timbre de «El Tugurío», se presentó como hijo de Jorge, y le confesó al padre de La Patagonia Rebelde: «Cuando vi el frente de su casa me dije: “Es apropiado para un mural. Tengo una idea luego de haber leído su último libro. Ese mural podría llamarse ‘Encuentro con los pueblos originarios’. ¿Le gustaría a usted?”. En tres días delineó trazos indígenas entrecruzados con siluetas inmigrantes, y puso la pincelada final con aquella máxima sanmartiana que reza: “Nuestros paisanos, los indios”. Osvaldo viviría los próximos 4 años – los últimos de su paso por este planeta – apreciando cómo El Tugurio haría trascender su utopía más ardiente: “el encuentro definitivo entre las dos estirpes que pueblan nuestra tierra».
3 años después, siendo el viento que arrastra tales sueños, envalentonó a un Jorge Meza decidido a volverlo cotidiano en la memoria colectiva azuleña. Y así fue que hacia julio de este 2021, presentó un proyecto de Ordenanza para imponer el nombre “Pasaje Osvaldo J. Bayer» al pasaje semicircular que rodea la Plazoleta de los pueblos originarios. El interbloque del Frente de Todxs que encabeza María Inés Laurini se encargó de redactarlo, y el Concejo Deliberante le puso aprobación por unanimidad como Ordenanza número 4604. Restaba esperar hasta el 12 de octubre, para que Osvaldo tuviera su propio Encuentro con los originarios del Arroyo gualicho.
Ya llega Osvaldo (y el testimonio de sus semillas)
Bajo un atormentado cielo, les presentes sostienen la ronda en torno al gestor del homenaje inminente, quien invita a entonar las estrofas del Himno Nacional. Inmediatamente cede la palabra a la Jefa Distrital Claudia Bustos. Destaca que les alumnes «no tenían que venir a clases y, sin embargo, están acá presentes». Sueña Bustos que «las realidades de los chicos que hoy veo aquí van a cambiar por la hermandad, el diálogo y el trabajar en forma conjunta para un Azul diferente». «Y creo – enfatiza para cerrar – que van lograrlo desde el respeto por el otro y la otra».
Es momento de que la concejal María Inés Laurini aluda a la Ordenanza del Pasaje. «Estoy en representación del cuerpo deliberativo. Si bien Jorge (Meza) me presenta, la realidad es que es una idea de él, la que viene sosteniendo hace tiempo, me tocó la parte de ponerle letra», se sincera la edil de Todxs. Y define al homenajeado: «Osvaldo Bayer fue un defensor de la verdad, una persona que trabajó profundamente por librar de hipocresía a la historia argentina, acompañó las luchas de los trabajadores oprimidos, de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y trabajó en la defensa de los pueblos originarios».
Estos tendrán a continuación su propia banda sonora. «Cinco Siglos Resistiendo de Bruno Arias está siendo interpretada por les alumnes de la Escuela Especial 504 «Cooperativa Las Abejas», guiados por el charango del docente «Piru» Gómez.
Inmediatamente, una docente toma el micrófono para señalar unas siluetas de color celeste, verde y rojo. Sus autores están a un lado con delantal. También Cecilia Retaco, profesora de Artes que guió su obra. Miran contemplativamente a la docente. Es Susana Damborearena, actual Directora de la Escuela Arbolito, y quien condujera las charlas dadas por Osvaldo en la 503. Su discurso es la síntesis del trabajo y, a la vez, del orgullo institucional que cargan desde 2009: «Trabajamos las 3 R de la memoria: recuperar, resignificar y revalorizar. Recuperar aquello que fue historia, historia negada, invisibilizada. Resignificar poniendo nuevos significados, darle nuevos sentidos para construir la otra historia. Revalorizar otorgando valores, significatividad social a la otra historia, a nuestros ancestros, de las cuales somos y formamos parte de la tan mentada identidad nacional argentina». Desde la Escuela nos propusimos recuperar, resignificar y revalorizar esas historias, porque no se respeta lo que no se conoce. Entonces, pueden observar siluetados de la diversidad de y en los cuerpos, de estudiantes diversos, pintados con los colores de la bandera ranquel, perteneciente al pueblo de Nicasio Maciel, conocido como Arbolito. Nombre que orgullosamente porta la Escuela 503. Entonces hay cuerpos pintados de celeste azul, representando el cielo; cuerpos pintados de verde, que representan la naturaleza; cuerpos pintados de rojo, que representan la sangre del pueblo ranquel, y las estrellas, representando al cosmos. Y sí: somos diversidad. Y a la diversidad en todos los sentidos: respeto. Viva la diversidad cultural de todos los pueblos originarios. Viva».
Su lamento ancestral resuena a continuación en la guitarra y la voz de Elizabet Alvarado, del Instituto de Formación Docente y Técnica del Instituto Nro. 2. Interpreta de forma sublime «Arauco tiene una pena» de Violeta Parra. Canta la estrofa «Un día llega de lejos Huescufe (ladrón) conquistador, buscando montañas de oro que el indio nunca buscó. Al indio le basta el oro que le relumbra del sol…», y resulta que el firmamento atina a despejar.
Detrás de Elizabet se distingue un enorme lienzo con rostros animados por la paleta del arco íris. Sus lineas grotescas denotan facciones indígenas. Les autores pertenecen a la Escuela Estética Juanito Laguna, pero la idea surgió del mismo que hizo de «El Tugurio» una imprenta de los Pueblos. «Estoy muy orgulloso de compartir este acto con tantas personas queridas», sincera Martín Meza. «Conozco del trabajo y la militancia de muchos que estan siendo parte de este acto, como Elba Pascua, precursora de estos actos con la escuela del barrio». Efectivamente está presente la ideóloga e impulsora de la Plazoleta de Respeto a los Pueblos Originarios, durante sus años como docente de la Escuela 62. Elba tuvo la epifanía de concretar un espacio de reflexión indígena una tarde del 2000, en la que dos descendientes catrieleres se insultaban entre sí con la palabra «indio». Lo que sucedió a continuación fueron 7 años de talleres y charlas dictadas por Marta Pignatelli y otros herederos directos de Cipriano Catriel, Cacique General de las Pampas. Tristemente, el Gobierno de Omar Duclos concretó su plan de inaugurar el proyecto en simultaneidad con la plaza del Quijote durante el primer Festival Cervantino, llamarlo cínicamente «encuentro entre culturas», e imponer el homenaje europeizante en el lugar originalmente pensado para el sueño de la Escuela 62 y la comunidad catrielera.
«Estos terrenos de pueblos originarios hace más de 500 años que sufren violencias de todo tipo. Y sin embargo acá estamos, resistiendo», enfatizó Meza. «Veo las siluetas de la diversidad y me acuerdo de los siluetazos de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo reclamando por la identidad de los detenidos-desaparecidos de la última Dictadura Cívico-Eclesiástico-Militar». Cuenta que trabajó la bandera junto a sus alumnes inspirado por la estética de la Brigada Ramona Parra, quien le hiciera la campaña gráfica a Salvador Allende en Chile, y quien resistiera con mensajes en las calles durante la Dictadura de Pinochet. «Veo a les niñes que me están mirando ahora con los ojos llenos de ilusiones – ilustra emocionado el muralista – y me parece que tenemos que ser los adultos responsables que les permitan seguir luchando por la Verdad». Decide dar remate a su discurso con dos frases de Osvaldo. «Una es muy conocida» , anticipa. «‘mi único miedo es quedarme mudo ante a las injusticias». «Por eso fue la voz de muches y muchas – remarca el perfil de intelectual orgánico que fuera Bayer – , y que seguramente él está acá entre nosotros, porque nunca se cansó de recorrer el territorio, yendo a cada acto que ponga en valor la otra Historia, que desmonumente también a Roca, el autor material del Genocidio a los Pueblos Originarios». Describe que la segunda frase era una pregunta que siempre hacía: «‘¿Qué desierto si siempre estuvo todo habitado?’ Por él sabemos mucho de eso. Y sino sabemos deberíamos estudiar, sobre todo, para quienes estamos del otro lado del Calvú Leovú», precisa, en alusión a la margen derecha que se pensó, desde la fundación del Fuerte San Serapio Mártir, civilizada y antagónica a las tolderías del margen opuesto. «Quiero invitar a seguir defendiendo los derechos humanos, sembrando Memoria para que no crezca el Olvido, desde el Arte, la Educación y también la Comunicación que hoy por hoy es fundamental», fue el anhelo final de Martín. Antes de culminar, animó un «un aplauso especial a las personas que lograron esto», y enfilando su mirada hacia Jorge, destaco conocer la militancia cotidiana para que el acto fuera posible, «sobre todo de mi papá, del cual estoy muy orgulloso». «Les agradezco de corazón que se hayan acercado a homenajear a Osvaldo», sinceró con la mano en el pecho. «Un distinto, una persona entrañable, un amigo de la casa», enumeró con la mirada vidriosa dedicada al cielo.
«Candombe de Mucho Palo» fue el siguiente homenaje sonoro a quienes como Osvaldo su lucha por equidades y dignidades le valieron el exilio. Sonó a través de Bernardo Lupo, Diego Aducci, Hernán Ponce y José Mele, como antesala a las palabras enviadas desde Italia por Ana, otra de las semillas de Osvaldo, en la voz de Ada Bartolini.
Al Viejo Rebelde, con cariño
Su carta elegía hablar del Bayer contador de anécdotas, y de cómo esta cualidad lo volvía el centro de atención en cada encuentro. Para homenajearlo, quien estrenara en 2018 «Mi Viejo Rebelde» comienza a narrar un relato protagonizado por ambos. Cierta tarde no tan lejana, su padre le llevó a un barrio dispuesto a cambiarle el nombre a una de sus calles. En medio del acalorado debate vecinal, Ana propuso que se bautizara de acuerdo a la flora o al arbolado representativos del barrio, tal como sucede en ciudades alemanas. Es ahí cuando Bayer decide romper el silencio inmutable desde su llegada, para pedirle a su hija que le disculpara por disentir, porque creía el nombre tenía que ser «De Los Pueblos Originarios». Ana nos cuenta que la calle finalmente fue registrada como «Madres de Plaza de Mayo», hecho que sentó una sonrisa en su viejo, pues sellaba una conquista más para la Memoria.
Es turno del último interludio musical. Son el Grupo Cabayo, y se presentan comoex alumnos de la escuela secundaria N° 8. Su canción «Nefasto» parece inspirarse en los próceres etnocidas y cómplices de la Historia Oficial. Sobrevuela una máxima de Osvaldo, registrada por la cámara de su hija como una de las secuencias del documental: “Me he propuesto no tener piedad con los despiadados. Mi falta de piedad con los asesinos, con los verdugos que actúan desde el poder, se reduce a descubrirlos, dejarlos desnudos ante la historia y la sociedad y reivindicar de alguna manera a los de abajo, a los que en todas las épocas salieron a la calle a dar sus gritos de protesta y fueron masacrados, tratados como delincuentes, torturados, robados, tirados en alguna fosa común”.
Entre la ovación para Ana a la que acompaña la caminata de Esteban hacia el micrófono, duelen las palmas ausentes de la comunidad catrielera. Rechazaron desde un principio el nombramiento del Pasaje; no en oposición a Bayer, con quienes incluso intercambiaron palabras en su paso de 2011, sino por considerar que debía llevar el nombre de Matilde Modesta Catriel, una de las hijas del Cacique Cipriano. Su última ceremonia en la plazoleta continúa siendo la cristiana sepultura de los restos de antepasados, recuperados en 2018 del Museo de Ciencias Naturales de La Plata, y expropiados en su momento por el Perito que asímismo se adueñara del cráneo y el poncho de Cipriano, Francisco Pascasio Moreno. Tamaña ausencia, un 12 de octubre y más allá del pasaje, será una deuda irreparable en el anecdotario de esta fecha memoriosa. Sin embargo, las libertades pendientes y dolientes que arrastran les descendientes pampas van más allá de la nomenclatura en torno a la plazoleta, y todas conducen al Estado que continúa negando su cosmovisión y aplazando el legítimo derecho a reconocer sus territorios originarios.
Esteban Bayer desconoce este conflicto, y aún si tuviera conciencia del mismo está desbordado por el compromiso de dar testimonio sobre su viejo rebelde. «Se imaginarán que estoy emocionado», es sin más lo primero que declama. Su mirada desfila en cada niñe presente. «Quiero agradecer a las escuelas, porque como decía Osvaldo, los alumnos son el futuro». Esteban invoca al padre como anécdota viva: «Osvaldo venía a Azul y siempre recordaba sus visitas», expresa, detenido en las figuras de la 503 y de la familia Meza.
Trae a cuento lo que implicó para él reconocer las huellas del Terror más profundo en este pago a partir de Jorge; tanto en su relato de supervivencia como preso político del 74′ al 83′, y a partir de su invitación para redactar el prólogo de «La Noche Azul», aquél libro donde Meza evidenció, insoslayablemente y en clave bayeriana, las causas y consecuencias del horror en territorio azuleño. Esa noche ensombrecida, como el mediodía de este 12 de octubre, se esclarece a medida que se vuelve acción la palabra (y la memoria) de les que lucharon por quienes desaparecieron por luchar.
Entonces Esteban, que es fruto del exilio aleman de Osvaldo en el 75′, emula su sonrisa cómplice y siente que el sol sale como no quiso salirle a Bayer en el 63′, cuando pujó por convertir a Rauch en la ciudad de Arbolito. Como le fue esquivo su deseo de imponer el monumento a la Mujer Originaria en lugar de aquél que homenajeaba a Roca en la avenida homónima de Buenos Aires, petición aprobada por la misma legislatura porteña que omitió sancionarla con fuerza de ley. Sol incáico que empezó a ofrendarle sus rayos en 2007, cuando el HCD de Rojas renombró «Pueblos Originarios» a la calle del genocida del no-desierto, y que le regaló su esplendor un año después con su documental «Awka Liwen»: historia sobre la pugna por la distribución de la riqueza en Argentina, a partir del despojo de las tierras y el ganado cimarrón a los pueblos originarios y al gaucho, que sería declarado de interés nacional por la Presidencia de Cristina Fernández de Kirchner.
El mismo astro que termina de aparecer con plenitud ahora, cuando su hijo Esteban se presta a dedicarle esta conquista postuma. Mientras a lo ancho de la mapu criolla se cocinan tantísimos proyectos en su honor, para seguir desmonumentando a los carniceros de sus propios Pueblos. Y ampliando su gesto alegre, decreta: «a Osvaldo, que ya no está para comprobarlo con sus ojos de investigador, le podemos decir que sí: que a pesar de las nubes que tenemos acá, hoy el cielo de esta ciudad recupera su azul. Lo recupera en esta calle, gracias a la tenacidad de un grupo de hombres y mujeres de acá, que lograron homenajear a nuestro querido viejo».
«Y ahi viene Osvaldo con su maleta llena de libros», suelta como si estuviera presenciando una última vez su cadencia. Pide que nadie se asuste pero que eso sucederá, y será momento de tomar la posta de «su mano abierta y la solidaridad para quienes siguen dando pelea por una sociedad justa, sin humillados, en la vida cotidiana». «Gracias por recordarlo a mi viejo», exclama sincero y desbordado. «Gracias por este gesto tan noble».
Esteban se permite deslizar sus primeras lágrimas. Antes de que toquen el suelo sagrado y ancestral, Jorge invita a toda la comunidad a develar las señaléticas del Pasaje. Desde el centro de la plazoleta avanzan hasta una de ellas, con la marcha de aquellos pampas que siguen el andar de su machi hacia el debido ritual. No es el sonido del cultrún, sino las coplas de «Ahí Viene Osvaldo» quienes le dan épica a la caminata.
De frente al cartel nomenclador, Esteban reconoce que será toda una proeza llegar a descubrirlo. Su altura parece proporcional a la vara impuesta por los sueños rebeldes de Osvaldo. Entre él y Jorge pegan un salto sentido, como el de los anarquistas cuando leyeron el último grito de Severino y la sorpresa del ruso simón. No llegan. Van por un segundo, como el boléo de Arbolito que último a Rauch. No pueden ni armados con una tijera. Hasta que llega el salto de Martín Meza, emulando aquél que diera para su última pincelada sobre «El Tugurio», y el cartel queda develado ante los ojos llorosos del vindicador, que registró todo desde el azul recuperado del cielo.
Les presentes ya son parte del viento, pero Esteban sigue aferrado a la señalética. Y allí, sin despegarse, se empodera con la humildad del viejo que tenía por Patria la Rebeldía para charlar con El Estallido. Se le invitó a desarrollar aquello que dio por certeza:
-¿Sí uno de esos días que Osvaldo visite la Plazoleta, se encontrará con un descendiente pampa y un negacionista mirando el pasaje: ¿qué palabras tendría para uno y que silencio para otro?
– Charlaría con ambos. Les preguntaría por igual cómo piensan y por qué lo piensan. Qué saben y por quiénes lo saben. Seguramente, al descendiente le diría las razones por las que abrazar su orgullo, y los motivos por los que debe seguir luchando para recuperar lo que es suyo y le fue arrebatado. Después pasaría al negacionista, y le invitaría a argumentar su postura, ver hasta dónde es capaz de llegar y por qué cree que lo defendido es propio. Pero después los juntaría a ambos, y entonces, con esa mirada fija que le caraterizaba, les diría lo mismo que nos estaría diciendo a todos los que hoy le homenajeamos: «todavía queda mucho por hacer».