Cinco siglos atrás, un eco ancestral recorría el continente para nombrarlo Abya Yala: “tierra en plena madurez”, en la lengua del pueblo Cuna. Ese eco tuvo tantos renombramientos como comunidades existían desde la actual Alaska hasta la presente Patagonia.
Para nutrirse de la tierra heredada y transcurrir hasta ser fruto maduro, se guiaban por su propia cosmovisión, su economía sustentable y sus formas comunitarias para ser y pertenecer. Eran 80 millones de semillas regidas por la libre determinación. Hasta el 12 de octubre de 1492, cuando llegaron para arrasarlo todo.
En nombre de algún rey ignoto prometieron civilización; en su lugar impusieron mita y yanaconazgo, enfermedades, tortura y vejación, para robar su oro y apropiar su Abya Yala. Agregaron que el rey servía al Dios que les daría la salvación eterna: nunca aclararon que sería pecado no alabarlo, vergüenza adorar a los propios, y castigo de muerte creer que de ellos dependía la luna y el sol, la tierra y todo lo que habita en ella.
Eran 80 millones, hasta que las coronas europeas les exterminaron por completo en el mayor etnocidio de la humanidad entera. Excepto a una raíz, tan madura como la tierra, llamada resistencia.
De ella brotarían los Tupac Amaru y Katari, Caupolican, y las Micaela Bastidas y Bartolina Sisa. Más adelante, galopando el caballo del invasor surgirían los Arbolito y Calfucurá para resistir a los herederos de la corona. Ningune de elles murió, ni los 80 millones, ni los 200 mil que hacían a los 36 pueblos habitando la futura Argentina. No desapareció el suelo sagrado regado por su sangre, usurpado por Roca para la oligarquía propia y los magnates ajenos. El 11 de octubre de 1492 habrá sido su último de libertad, pero también, el primero de eterna resistencia.
530 octubres después, esa lucha continua. En Argentina, de norte a sur, contra la ocupación de suelos sagrados, como sigue marchando el Tercer Malón de Paz ante el neocolonialismo de Gerardo Morales en Jujuy. Avasallando los mandatos de la Constitución, la OIT y la ONU, el gobierno macrista de Morales reformó en junio pasado la carta magna jujeña, con el objetivo de usurpar salares y hectáreas de litio, justificando consigo la represión y la muerte al aborigen. Hacia el extremo opuesto de la matria lloran los lagos y los ríos ancestrales en manos extranjeras, como en el corazón bonaerense son más de 20 mil las hectáreas que el Estado adeuda a descendientes de Coliqueo y Catriel.
Búsquedas anudadas en el mismo fuego, repartido en los cuarenta corazones originarios a lo ancho del país. Malones que no callarán hasta que reyes y presidentes devuelvan a cada pueblo originario el derecho a ser y pertenecer en sus tierras.
Hasta que los Estados sean pluriculturales, porque promueven sus cosmovisiones, educan con sus sabidurías, y crecen con sus libres determinaciones.
Hasta que un 12 de octubre sea el primer día que América se devolvió a sí misma a la Abya Yala.