La pena y la esperanza de les hijes desobedientes

Mariana Dopazo, ex hija de Etchecolatz, y Rubén López, el hijo de Jorge Julio, ofrendaron su hasta nunca al genocida azuleño. Ambos lamentaron el pacto de silencio perpetuados por su muerte, coincidiendo en el lamento por las familias de les desaparecides. Pero sobre el manto de impunidad, y de cara a los dinosaurios aún vivos, Rubén plantea una senda memoriosa posible: "tengo la esperanza de que, con su muerte, alguien se anime a hablar”.

 

En mayo de 2017, rompía el aislamiento con un testimonio para la Revista Anfibia. “Marche contra mi padre genocida”, era el título de esta crónica con la firma de Juan Manuel Manarinno, en días donde Plaza de Mayo recibía una pueblada contra el fallo del 2×1 a los genocidas. Entre esas miles de personas, estaba ella; por primera vez entre las banderas de la Memoria, la Verdad y la Justicia, marchando contra de los delitos imprescriptibles de su progenitor, incluyendo los abusos y las violencias que le hizo padecer en su propia casa.

Aquella vez, la hija del verdugo prefirió ser nombrada como Mariana V.  Aún le faltaban unos meses para incorporarse aHistorias Desobedientes: ese colectivo de quienes renunciaron a ser hijes de torturadores y jerarcas de la dictadura. Entonces, Mariana ya se atrevía a definir al suyo como “un ser infame, no un loco. Un narcisista malvado sin escrúpulos”. Ya en su primera apariencia pública, dejó constancia de su andar militante para que los genocidas condenados mueran en la cárcel. Que su padre, Miguel Osvaldo Etchecolatz, muera en la cárcel:

«Mariana D. fue por primera vez a una marcha por los derechos humanos. Nunca se había animado a ir a Plaza de Mayo los 24 de marzo. Por miedo a ser rechazada. Por miedo a no poder soportar el dolor en vivo y en directo. Pero ahora está allí por primera vez para decir que ella, también, desea verlos morir en la cárcel».

No le lloró, cómo las únicas lágrimas que derramó por él nacieron de su grito, de su mirada, de sus puños, de su terror presente y de su paternidad ausente. «Llorábamos para que nuestro papá se muriera», sentenció alguna vez para «La Garganta Poderosa».

Pero al confirmarse la muerte de su padre genocida, Mariana Dopazo escribió ésto:

«Crear una vida propia, a las sombras de mi progenitor, uno de los genocidas más siniestros de nuestra historia, fue muy difícil. Siempre rodeados de armas, acompañados de custodia policial y metidos en una burbuja. Mi vieja hacía lo que podía, amenazada frecuentemente por él: “Si te vas, te pego un tiro a vos y a los chicos”. De hecho, mi recuerdo más crudo de la infancia da cuenta del sufrimiento permanente: cada vez que él volvía de la Jefatura de Policía de La Plata, nos encerrábamos a rezar en el armario con mi hermano Juan, para pedir que se muriera en el viaje. Sí, eso sentíamos, todos los días de nuestras vidas.

 

Mariana es besada por Etchecolatz en uno de sus cumpleaños de la infancia. Por esos días era víctima de golpizas que su progenitor sentenciaba con un: «¿Mirá lo que me hiciste hacerte?».  Fotografía: Federico Cosso, para Anfibia.

 

Crecí entre situaciones traumáticas, en plena soledad, porque vivir con Etchecolatz significaba no tener paz, hacer lo que decía y acostumbrarse al miedo de abrir la boca, porque podría venirse la respuesta más terrible. Aun así, desde chiquita fui bastante rebelde, tanto que mi familia me apodó “estrellita roja”. Lo desobedecía, sí, tanto como era posible. Y a ese ritmo, se repetían sus golpes. Era cruel, castigaba muy fuerte y después se preocupaba: «Mirá lo que me hacés hacerte», decía. Cuando oía sus pasos, sentía el perfume del terror. Y sí, haber convivido con un genocida me permitió conocer su esencia, su faz más verdadera.

Siempre fue narcisista, una persona sin bondad, impenetrable, que nunca dio lugar para que sus hijos pudieran preguntar. Nunca nos explicó nada. Hay asesinos que le han contado algo a su círculo íntimo, pero Etchecolatz no. Y es un contrapunto interesante: no habló con su familia ni frente a la Justicia, sosteniendo un doble silencio. O sea, corporizó lo más terrible en todo momento, sin importarle jamás el otro y convirtiéndose en el símbolo más cruento del aparato represivo.

Cuando el Juzgado de Familia autorizó a deshacerme del apellido teñido de sangre, en 2016, para suplantarlo por el de mi abuelo materno, creí que había terminado una etapa. Sin embargo, la intención de beneficiar a los genocidas con el 2×1 me angustió y me impulsó a marchar por primera vez. Sentí que la Justicia había dejado de ser justa en materia de crímenes de lesa humanidad y empezaba a desampararnos. Pero incluso podía ser peor… Días atrás, mientras visitaba a mi familia me enteré que ahora tendrá el privilegio de irse a su casa. “Es imposible que le den la domiciliaria”, me aseguraba mi mamá, para tranquilizarme. Hasta que nos llamaron para avisarnos. Todo se convirtió en silencio. No pude pensar, ni hablar más. Así estuve la noche entera, tratando de salir de la oscuridad.

Ante semejante noticia, no puedo imaginarme lo que sentirán quienes lo sufrieron y menos todavía quienes deberán convivir con él, en el mismo barrio marplatense. Sólo dos tipos de personas conocen verdaderamente a un sujeto como él: sus víctimas y sus hijos. Por eso, a mí que no me lo vengan a contar. Nadie puede venderme el discurso de la reconciliación, ni el cuento del viejito enfermo que merece irse a su casa. Quienes conocemos su mirada, sabemos de qué se trata. Hay centenares de genocidas con prisión domiciliaria, pero él nos hierve la sangre porque representa lo peor de esa época, tras haber sido la cabeza de 21 centros clandestinos y no haberse arrepentido ni un centímetro de sus acciones, fiel e incondicional a las mentes que planificaron ideológicamente la masacre.

Justo y reparador sería que Miguel Osvaldo Etchecolatz estuviera para siempre en una cárcel común, hasta el final de sus días. Pues las marcas en el cuerpo, las marcas en la memoria, las marcas del espanto, las marcas del no saber, no se borran nunca, pero nunca más… Como sociedad, debemos luchar para que vuelvan atrás con esta decisión inadmisible y, aún en el sufrimiento, celebro que sigamos saliendo a la calle, aunque nos lo quieran prohibir. A mis 47 años, jamás creí que sufriríamos tal retroceso, pero la fortaleza popular es enorme y debe seguir creciendo hasta meter a cada una de las bestias tras las rejas.

No se transa con el dolor, ni se silencia el horror.

Tenía nueve condenas por secuestros, torturas y crímenes de lesa humanidad contra al menos 84 personas. Detenido en una cárcel común, hoy murió, y se lleva con él la verdad de cientos de desaparecidos».

 

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El lamento del hijo del dos veces desaparecido

 

Rubén López, hijo de Jorge Julio López, encabezando una de las últimas marchas por la Memoria, Verdad y Justicia antes del inicio de la pandemia. Foto: s/a

 

Rubén López —hijo del dos veces desaparecido Jorge Julio—,  también se hizo eco de la muerte de Etchecolatz. En sintonía con Mariana Dopazo, expresó sus sensaciones en redes sociales. “Lamento mucho su muerte! Lamento mucho que se murió sin decir nada! Lamento mucho que no dijo dónde están los desaparecidos, no dijo dónde está Clara Anahí, se fue sin aceptar su culpa, se fue sin terminar de ser Juzgado por otra causas!

“Lamento que se haya muerto sin decir qué pasó con mi viejo y sin decir dónde están los detenidos desaparecidos. Si bien estaba cumpliendo 9 cadenas perpetuas todavía faltaban varios juicios”, expresó luego Rubén López en declaraciones a Radio 10.

“Se fue impune sin terminar de cumplir sus condenas”, sentenció. “La esperanza no la voy a perder nunca. Sé que mi viejo no está vivo pero encontrarlo me ayudaría a empezar con el duelo”, aclaró sobre la búsqueda de justicia por la desaparición de su padre.

Sobre el represor nueve veces condenado a perpetua, añadió:

Mi esperanza es que en algún momento dijera algo. Si mi viejo fue amenazado o tuvo miedo, nunca lo demostró. Él tenía la obligación, como ciudadano, de contar cómo mataron a sus compañeros de lucha. Ojalá que con su muerte alguien se anime a salir a hablar.

 

El 28 de junio de 2006, ante el Tribunal Oral Federal N°1 de La Plata y en el marco del primer juicio que se hizo tras la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, López brindó un testimonio impactante y revelador. No solo conmovió con el relato de los padecimientos a los que fue sometido, y las secuelas que arrastraba. Sin dejar dudas, reconoció a Etchecolatz como uno de los represores que lo habían torturado. Además, lo acusó de ser el autor material del asesinato de Dell’Orto.

“Patricia le gritaba ‘no me maten, llévenme a una cárcel, pero no me maten, quiero criar a mi nenita, mi hija’ y ellos no, la sacaron. Y van a ver ustedes si algún día encuentran el cadáver o la cabeza, que tiene el tiro metido de acá y le sale por acá. Buum otro tiro”, les contó López a los jueces mientras señalaba con un dedo el centro de su frente.

El testimonio brindado por López, quien había estado secuestrado entre el 5 de noviembre de 1976 y el 4 de abril de 1977, podía ser determinante, por lo claro y preciso en sus detalles, para que el tribunal condenara a Etchecolatz, algo que finalmente ocurrió. Pero López no pudo asistir al fallo de los magistrados, ya que el 18 de septiembre de 2006, 78 días después de su intervención ante la Justicia, estaba desaparecido por segunda vez.

Cabe refrescar, que la doble desaparición de López es un misterio desde hace 15 años. La causa judicial no tiene detenidos ni sospechosos. Los fiscales, argumentan, trabajan en varias hipótesis.

Una de estas conjeturas, la que se desprende del legajo número 10, caratulado “Hallazgos – Cadáveres – Restos”, sugiere la posibilidad de que la víctima haya muerto y sus restos fueran ingresados a una morgue o cementerio sin el registro debido. Por lo tanto, está dirigida a la constatación de todos los restos NN hallados en todo el país desde 2006 en adelante.

Sin Jorge Julio no hubiera habido un Etchecolatz muerto en carcel común. Sin López no hay país del Nunca Más. En su memoria, y a la par de Mariana Dopazo y miles de miles en todo el país, es imperativo no retroceder hasta encontrarlo. Rúben merece darle el último adios al viejo que sentenció al más siniestro del Terror más profundo.

La Argentina se debe encontrarlo, para reencausar sus luchas de la Memoria, la Verdad y la Justicia. Las mismas que su verdugo creyó que desaparecerían junto a él, en lugar de volverlo bandera…

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