Por: Nahuel Mirande
La historia se repite dos veces, primero como una gran tragedia y segundo como una miserable farsa. En esa miserable farsa nos toca naufragar, pero es casi inevitable asociar las tupidas y excéntricas patillas a la gran tragedia que fueron los 90 en Argentina. Hasta hace no tanto parecía que existía un consenso generalizado sobre las consecuencias de la década del neoliberalismo conservador, el fallecimiento de Carlos Menem y su decorosa repercusión mediática daban cuenta de eso. El legado del menemismo pesaba como pesadilla en el cerebro de los vivos, los simbolismos de la cultura de la resistencia de los 90-2000 fueron abonados en forma de batalla cultural, formando sentidos, sembrando camadas de luchadores. Sin embargo, en un país donde la economía se sostiene casi en lineal permanencia -quebrada o rota-, la materialización de los símbolos tiende a verse subordinada a merced los vaivenes de la económica política por sobre las narrativas de la historia. El distanciamiento orgánico y generacional con los símbolos anti-neoliberales se condensa con la incapacidad del progresismo y la izquierda de expresar transformaciones profundas en la materialidad de las clases o fracciones de clase oprimidas. Así es que comienza esta remake de terror, recargada de un menemismo con barniz videlista que intentará hegemonizar durante los años venideros.
Resulta interesante entonces, pensar de qué modos se construyó y consolidó la hegemonía en los 90, como fue inevitablemente mediada por la lucha de clases, y de qué manera repercutió la reestructuración de los modos de producción y acumulación capitalista a nivel nacional pero en particular a escala local. Rever la historia para enfrentar el presente, rescatar del olvido a nuestros estandartes simbólicos de la resistencia para abonarlos en la lucha por la materialidad.
Olvídalos y volverán por más
Los 90 fueron, -parafraseando a Walter Benjamín-, “un goce estético destructivo”, entendiendo que durante algunos años el relativo crecimiento del consumo y el acceso a bienes importados se relacionó con cierta trasmisión de belleza estética. Mientras algunos sectores de la sociedad se obnubilaban en el patio de los objetos y otros morían de hambre, se instalaban mitos tales como “el estado mínimo”, presentado como forma de modernización. Politólogos como Oscar Oszlak y Hernán Ouviñas plantean que lejos de decrecer el Estado por ese tiempo se acrecentó al calor de la reestructuración capitalista, corriéndose de sus funciones históricas, (salud, educación, erradicación de la pobreza, cobro de impuestos, y controles aduaneros), pero creciendo en otras. Las clases oprimidas quedaron despojadas del Estado por decisión de los sectores dominantes quienes se valieron de sus fuertes vinculaciones con aparato del Estado para garantizar sus negociados, demandando incluso mayor atención de ministerios y secretarias para asegurarse los modos de acumulación. El paquete o batería de reformas administrativas fueron fundamentalmente políticas, e implicaron una brutal reducción de poder de los trabajadores en la relación de fuerzas con las fracciones dominantes. Esa reestructuración capitalista tuvo como estrategia la convertibilidad, donde las fracciones de la gran burguesía aperturista se volcaron al mercado mundial y lograron acarrear a las demás fracciones dominantes e incluso a las clases subordinadas a dicha estrategia, permitiendo a la fracción hegemónica polarizar sus intereses económicos trasladándolos a intereses políticos instalados como de interés común. Recomposición de los modos de acumulación, de producción y de explotación fueron los tres pilares de la hegemonía menemista.
¿Cómo afectó esto en Azul? Podríamos decir que al ser reformas de un orden general el impacto fue, valga la redundancia, generalizado. Se afectó por la transferencia educativa a las provincias y municipios, por la disminución en la coparticipación, en las jubilaciones, despidos y la licuación salarial. Pero para analizar el impacto en el territorio y en las experiencias de las luchas en particular cabe exponer que Fanazul es siempre la apuntada por este tipo de gobiernos y reformas.
El 4 de octubre de 1991, el suplemento del Pregón publicaba en su tapa “Fanazul: otra fuente de trabajo afectada por la reestructuración de defensa”. En las imágenes podían verse capturas de la movilización de los trabajadores y en el interior del diario la noticia acusaba; “la secretaría de producción para la defensa tiene la palabra sobre el destino de tantas angustias compartidas”. Omar Menchaca, histórico militante peronista y uno de los obreros despedidos, recuerda que, “nos hicieron formar en el playón, en el mástil de la bandera, no entendíamos nada nosotros. Iba a hablar un tal Sevilla, un milico, el director de la planta. Nos entregan un papelito y nos dicen que los que tienen el papelito se formen a la derecha, y los que no, a la izquierda. El papel decía: quedan a disponibilidad por seis meses. Nos pagaron el sueldo por seis meses, finalizado el plazo, quedabas sin nada, así es que empiezan los despidos. Primero los que recibieron sus telegramas el viernes negro y lluvioso del 13 de septiembre, después seguirán los demás, hasta que Fanazul sea solo un recuerdo y pase a engrosar la lista de las industrias que en un tiempo fueron orgullo de nuestra ciudad y que ahora lo están convirtiendo en un pueblo disminuido industrialmente”, en esta ocasión fueron 125 los despidos.
Lo que manifiesta Menchaca es una postal, un pueblo disminuido industrialmente, muchos suelen referirse a este periodo como el boom de los kioscos y remises, -que era el destino al que comúnmente se destinaban las indemnizaciones-, emprendimientos que desde ya eran sumamente efímeros.
Otra de las características en las que hace hincapié Menchaca es la que presentaban las marchas, dice El Pregón en entrevista con el obrero despedido que; “no se sintió acompañado por el pueblo azuleño, al que considera conservador, pero sí que fueron apoyados por dirigentes de la UOCRA y algún sector del personal de San Lorenzo”. Menchaca recuerda con desazón que las marchas no contaban siquiera con agentes de tránsito que garanticen la seguridad de los obreros movilizados, habiendo incluso algún que otro problema con las líneas de colectivos que no tenían mucho interés en la protesta. Al igual que en la experiencia ferroviaria, los métodos tradicionales no resultaron efectivos, los paros no lograron su cometido debido a la precisa intención de desguace productivo. En este primer periodo aún no se había instalado como método primario el corte de rutas, el clima de época comenzaría a robustecerse hasta llegar al espasmo de 2001 luego de las primeras puebladas en Tartagal y Cutral Co (1996-1997).
Luego del año 1993, comenzó a crecer la demanda de producción, pero para ese entonces Fanazul carecía de trabajadores, y la mano de obra calificada era precisamente la que había sido desperdiciada mediante los despidos. Al estar vigente un DNU que prohibía incorporar trabajadores al Estado los fabriqueros se organizaron en una cooperativa de trabajo, que cumplía un rol de tercerización, (figura que se iría popularizando durante esta década), la cooperativa funcionó hasta el año 2006 llegando a contar con sesenta y siete trabajadores, y cuya ontología de apoyo mutuo y cooperación se gestó precisamente a la luz de los despidos de 1991.
En el verano de 1996, ya con el segundo paquete de reformas menemistas en curso, se desató un nuevo conflicto en la zona serrana de la ruta 80. En esta ocasión fueron cesanteados 46 operarios de Fanazul. En 1998 ocurriría una nueva amenaza de cesantía, pero mientras esto sucedía y a escasos metros de distancia, otro escándalo estallaba en la ciudad.
El criminal de Lesa Humanidad, Alfredo Astiz, arribaba a cumplir un “castigo” a una cárcel de lujo. La Base Naval Azopardo se encuentra en una zona naturalmente privilegiada, con canchas de golf, vista a la sierra, piletas y chalets. Durante los años 1989 y 1990, el presidente Carlos Menem, había indultado a los genocidas responsables de las atrocidades de la última dictadura militar, esto generó un gran malestar en amplios sectores de la sociedad, y como solemos decir en el caso de Azul las acciones y militantes fueron minoritarias pero destacadas.
Astiz, llegaba a Azul no por los crímenes de Lesa Humanidad que cometió, sino por una amenazante entrevista que le dio a la periodista Gabriela Cerruti. En esa entrevista el genocida declaraba aberraciones tales como:
“Deliran los que dicen que los desaparecidos están en México. Los limpiaron a todos, no había otro remedio. Era imposible probarles nada. No había una prueba contra ninguno. Todavía no se les pudo probar nada. Las Juntas fueron cobardes, no se bancaron salir a decir que había que fusilarlos a todos”… “A mí me decían: anda a buscar a tal, yo iba y lo traía. Vivo o muerto, lo dejaba en la ESMA y me iba al siguiente operativo”…
“Soy milico de alma. Eran el enemigo, ¿Sabes por qué mata un milico? por amor a la patria, por machismo, por orgullo, por obediencia. Yo no me arrepiento de nada. La gente de la Armada me cuida y me protege. Hay nuevo contrato social, un pacto de silencio, de no hablar más del pasado y bancarnos todo. Las fuerzas armadas tienen quinientos mil hombres técnicamente preparados para matar. Yo soy el mejor de todos, soy el hombre mejor preparado para matar a un político o a un periodista. Siempre me vienen a ver, yo les doy el mismo mensaje: hay que esperar. Pero no sé hasta cuándo”, Revista Tres Puntos, 28 de enero de 1998.
Este hecho despertó un fuerte descontento en grupos de Derechos Humanos. Un miembro del por entonces, Frente Grande, Guillermo “Fichu” Fittipaldi, fue uno de los encargados de desplegar una campaña de repudio a la presencia de Astiz en la ciudad. Fichu, advirtió que un criminal de semejante envergadura no puede estar alojado en esa cárcel de lujo «debe conocer los fríos y oscuros calabozos que el Estado tiene a lo largo y ancho del país». El militante azuleño les pidió disculpas a través de un comunicado a los familiares de los treinta mil desaparecidos por tener en Azul «una celda-country tan cómoda como la que visitara Astíz».
Astíz solía visitar a su familia en Azul, al igual que Etchecolatz, durante esta década de impunidad tenían la costumbre de venir a “esconderse” a sus pagos de origen. Ya en 1997, Astíz, había participado del casamiento una pareja azuleña. Fue visto compartiendo algunos tragos en un conocido pub ubicado frente a la plaza San Martín, donde fue reconocido e increpado por vecinos que pasaban por el lugar. El músico “Metro» Messineo, recuerda haberle desembocado algunos insultos. Otros lo recuerdan obsequioso recorriendo el Club de Remo o en algún sitio de la nocturnidad presumiendo picanas eléctricas.
El militante que vigilaba genocidas
El paso de Astiz por Azul finalizó luego de que el genocida fuera declarado persona no grata por el Concejo Deliberante, actuando el órgano deliberativo bajo la presión e insistencia de los organismos de DDHH y grupos de izquierda, locales y nacionales, por la militancia que sin miedo enfrentaba a un represor. La última década del siglo XX finalizaba efectivamente como un cambalache, con puebladas y espasmos que dieron nacimiento a los movimientos que marcarían las décadas siguientes. Creo que este es un punto menospreciado debido a lo trágico de la historia, pero, en un país en donde se llevó adelante un exterminio, en la misma tierra abonada de sangre, nuevas generaciones que emergieron dispuestas a dar la vida por el otro hacen gala del carácter y de la memoria histórica de nuestro pueblo. El hecho maldito del país burgués seguía siendo, para la rabia de los torturadores, el mocerío popular de la clase obrera que salía a las calles a enterrar al régimen político que le confiscaba el bolsillo y le hipotecaba la vida.
En esa valentía quiero situar a Nano Wilhelm, el histriónico periodista que le puso el cuerpo a la lucha, el polémico hombre sensible que compensó su menudencia física con el arrojo por las ideas. No se puede meramente analizar la hegemonía sin poner la lupa en las resistencias contra hegemónicas, que fueron parte de las acciones locales englobadas en el proceso general que pondría un límite al neoliberalismo conservador en el diciembre caliente de 2001.
Nano fue el idealista, las narrativas populares lo retoman como el militante que se la jugaba, y los siguientes son ejemplos de ello.
En el año 1998, el genocida Miguel Etchecolatz se encontraba huyendo de los escándalos mediáticos y sociales que él mismo provocaba, en este caso por apuntar con un revolver a dos adolescentes porteños. Fue así que el ex comisario de la policía se instaló en la casa de su hermana, ubicada en Puan 579 de nuestra ciudad. La voz corrió rápido, grupos de activistas se organizaron y el periodismo montó guardia en las inmediaciones del domicilio del genocida mientras se organizaba una acción de mayor dimensión. Los trabajadores de prensa Azuleños fueron una pata fundamental en el repudio a Etchecolatz, haciéndose eco de la noticia y poniendo el cuerpo. Ahí estaba Nano, montando las guardias periodísticas que mantenían dentro de cuatro paredes a un criminal de lesa humanidad, y siendo el primero en arremeter con las pedradas cuando la rabia desbordó a los presentes.
Años más tarde, el mismo Nano descubriría la presencia de otro genocida viviendo en Azul, y fue él quien se hizo presente en el domicilio del ex Coronel “Pedro Barda” para increparlo. Suceso que se repetiría reiteradas veces para recordarle a este jerarca del terrorismo de Estado que a donde vayan los irían a buscar.
Para ir dando un cierre, lo que he querido plasmar es que la última década del siglo XX fue por sobre todo un plan de guerra contra los sectores populares, encarnó lo roto. Se llevó adelante una reforma estructural, moral y cultural, que fue resistida masivamente en su decadencia pero que efectivamente nos dejó infectados de su germen. Recuperar las experiencias de los vencidos, a través de la recolección de las narrativas populares es una tarea que no solo corresponde históricamente, sino también, presenta una urgencia política, porque tenemos que recuperar las praxis y la mística de los héroes anónimos que batallaron casi en soledad, situados en el territorio que nosotros mismos habitamos, para vigorizar y sobre todo repensar nuestra propia teoría y práctica militante.
Los 90 nos interpelan más que nunca en este presente de mierda, pero también nos conmueve porque fue la década larga que empezó con saqueos de 1989 y terminó en la rebelión del 2001. Es imprescindible recuperar las voces de los hombres y mujeres que fueron parte de las resistencias en el orden local, sus relatos y devenires, atesorando la oralidad de las palabras que dejan entrever los fuertes sentimientos y lazos de solidaridad con los que arroparon sus militancias como contrapartida al individualismo neoliberal. Saber por qué, y como lucharon, en que se equivocaron, pero también que mundo soñaron, que estas verosímiles experiencias reales y humanistas no queden desdibujadas con el paso del tiempo. Es necesario sacarles del olvido para evitar la disfuncionalidad de la lucha política actual. Los militantes populares tenemos que ser conscientes que en el territorio también somos porque hubo “otros” y otras formas de militancia que alientan desde la historia a la rebeldía de las nuevas camadas, tal vez eso ayude a menguar los egos propios de la era neoliberal mediada por el submundo de las redes sociales.
Nano se animó a fantasear “El Milagro Rojo”, en donde veía en sueño literario a sus amigos comunistas y anarquistas tomar el poder en Azul, donde los pibes de la juventud colgaban banderas rojas y negras en la plaza, donde las masas peronistas se acercaban curiosas, y el intendente “Arredondo” invitaba a los pobres a festejar en el Jockey Club. Un cuento en el que la Sociedad Rural de Azul tomaba el cuartel pero eran vencidos con gomeras y bolitas de Zanón. Habrá que reavivar el sueño de Nano para luchar contra, “las nuevas derechas”, por el pan, pero también por los sueños, la poesía, y por rescatar del pésimo uso las palabras y los significados que nos trincaron.
Un 16 de diciembre había que hablar del anarco-trosko-peronista de Nano Wilhelm, quien vivió su propio cuento y fue también un milagro rojo.
Referencias
González R, Mundo S, Lezcano F, (2019), Fanazul es Azul, investigación en el marco de la materia Historia Política de Azul de la carrera de Ciencias Políticas ISFDyT N°2
Lopez A, Corrado A y Ouviña H (2005): “Entre el ajuste y la retórica: 20 años de reformas administrativas en Argentina”, en THWAITES REY y LÓPEZ (eds.), Entre tecnócratas globalizados y políticos clientelistas. Derrotero del ajuste neoliberal en el Estado argentino, Prometeo, Buenos Aires.
Alberto Bonnet (2007) La Hegemonía Menemista. El Neoconservadurismo en Argentina 1989-2001. Editorial Prometeo, Buenos Aires.
Mabel Thwaites Rey y Andrea Magdalena López (2005) Entre Tecnócratas Globalizados y Políticos Clientelistas. El derrotero del Ajuste Neoliberal en el Estado Argentino. Editorial Prometeo, Buenos Aires.
Fernando Wilhelm (SF) El Milagro Rojo y Otros Relatos, Azul.
Archivo del diario “El Tiempo”, enero de 1998.
Archivo del diario “El Pregón”, octubre de 1991.
Entrevista a Omar Menchaca en el ciclo radial “Volvimos a Vivir en los 90”.
Entrevista a Guillermo Fittipaldi en el año 2021.